Aceptarnos tal y como somos es la gran misión de vida por el resto de nuestros días. Es fácil despistarse, mantener siempre la concentración adecuada no es sencillo, lo cual no significa que olvidemos de un plumazo nuestro pasado. Nuestros orígenes deberían ser la humildad con la que vivimos el presente. Aquellas personas que por sentirse triunfadoras no quieren relacionarse con ciertos individuos por no estar a su mismo nivel, terminaran solas en las grandes decisiones y en los momentos críticos que todos nos vemos obligados a pasar.

Trabajar para un equipo no es lo mismo que trabajar en equipo. La suma de egos es tan grande como tan variada de gestionar. Conseguir resultados extraordinarios es posible, a veces ganando campeonatos… Otras veces, practicando un buen trabajo en equipo.

Educar al ego es la clave para un rendimiento deseado y poder sentirnos bien. Así pues, voy a detallar tres aspectos básicos del ego que hace que nuestra realidad se distorsione.

 

BAJA AUTOESTIMA

El ego castiga duramente la evaluación perceptiva que hacemos de nosotros mismos. Creemos valer y merecer más que el resto… Con nuestra confianza bajo mínimos nos alejamos de nuestra esencia, de lo que realmente somos como seres humanos y, sin saberlo, saciamos nuestro yo más profundo impidiéndonos ver lo realmente importante.

Recuperar nuestro orgullo es fundamental para que el ego no nos dañe irreversiblemente, para ello disponemos de varias herramientas en nuestro interior que necesitamos explorar y trabajar.

– ¿Quién soy?

– ¿Qué creencias limitantes me están bloqueando?

– ¿Mantengo una mente abierta ante otras opiniones?

– ¿Cuánto invierto (tiempo, formación, dinero…) en mí?

– ¿Qué es para ti tener seguridad?

 

INJUSTICIA

En el momento que el ego se apodera de nuestras vidas, la infelicidad reina desde que despertamos cada día. Realizar las tareas diarias son una gran montaña por escalar. Vivimos en primera persona, creyéndonos seres superiores y achacamos a la falta de empatía para liberarnos de nuestra propia toma de decisiones.

El ego nos llega a nublar de tal manera que somos incapaces de ver que podemos estar equivocados y que no siempre hay una sola razón acertada. Tenemos la mente cerrada al cambio y todo lo sentimos desde el favoritismo hacia otros.

Que algo no cumpla nuestras expectativas o que cometamos fallos no quiere decir que el mundo va contra nosotros. Nada es personal. Todo forma parte de lo que eres, lo bueno y lo malo, y así está bien.

 

– ¿Qué es lo que real mente quieres?

– ¿Qué cosas has hecho bien?

– ¿Qué sabes hacer bien?

– ¿De quién soy víctima realmente?

– ¿Qué necesito realmente de los demás?

 

VANIDAD

Vivir con soberbia no nos va a conducir a una valoración desmedida sobre nosotros mismos, mostrando, en muchos casos, una actitud de prepotencia que seguramente no la tengamos realmente. Estamos poseídos por el ego. Necesitamos trabajar nuestro yo real… Con nuestros valores y fortalezas, objetivo: mostrarnos auténticos, tal y como somos.

Rebajar el ego es un ejercicio que requiere mucho de humildad, se me ocurre fundamental hacerlo desde el anonimato más profundo que podamos. El trabajo altruista es una forma de conectar con nuestro yo real y, también, para evitar comparaciones que solo pueden deformar nuestra apreciación de la vida.

– ¿Qué te gustaría conseguir?

– ¿Qué opinas de ti en este momento?

– ¿Qué te mereces?

– ¿Qué puede cambiar inmediatamente?

– ¿Qué vas a hacer?

 

 

 

 

EL MONJE Y EL HELADO DE CHOCOLATE (Mar Pastor)

 

Hacía tres años que Joel había llegado a una de las más antiguas comunidades budistas del Tíbet. Allí, lo que más deseaba era ser ordenado para convertirse en un monje ejemplar.

Todos los días, a la hora de la cena, le hacía la misma pregunta a su maestro: “¿Mañana se celebrará la ceremonia de mi ordenación?

A esto, el maestro le respondía: “Todavía no estás preparado, antes de nada, debes trabajar la humildad y dominar tu ego”

¿Ego? Joel no entendía por qué el maestro hacía referencia a su ego. Él creía que era merecedor de ascender en su camino espiritual; ya que, meditaba sin descanso y repasaba a diario las enseñanzas del Buda.

Como todos los días Joel preguntaba lo mismo a su maestro, éste ideó una manera de demostrarle que todavía no estaba preparado. Antes de empezar con la sesión de meditación anunció lo siguiente: “Quién medite mejor tendrá como recompensa un helado de chocolate”

Tras un breve alboroto, los jóvenes de la comunidad budista empezaron a meditar. Joel se propuso ser el que mejor meditara entre todos sus compañeros, así demostraría al maestro que estaba preparado para la ordenación, además se comería el helado.

Joel consiguió centrarse en su respiración, pero por más que lo intentaba, al mismo tiempo que lo hacía visualizaba un gran helado de chocolate. “No puede ser, tengo que dejar de pensar en el helado o no conseguiré ganar”, se repetía constantemente.

Con mucho esfuerzo, Joel lograba concentrarse y siguiendo el compás de su respiración, pero pronto llegaban a él las imágenes de uno de los monjes disfrutando del helado de chocolate. “¡No puede ser!, debo ser yo quién lo consiga!”, pensaba el joven desesperado.

Cuando la sesión de meditación se dio por finalizada, el maestro comentó a los monjes que todos lo habían hecho bien, sólo había una persona que había pensado demasiado en la recompensa, es decir, en el futuro.

Joel se levantó y dijo: «Maestro, he de admitir que yo pensé en el helado durante la meditación. ¿Pero cómo puede saber que fui yo aquél que pensó demasiado?»

Y el maestro contestó: «Si te digo la verdad, es imposible saberlo, pero he comprobado que te has sentido aludido y sin que nadie dijera nada, te has levantado, te has sentido atacado, cuestionado… Así es como actúa el ego, quien trata de tener razón en toda situación que se preste y se siente superior a los demás»

 

Aquel día, Joel comprendió porque su maestro le recalcaba que tenía que trabajar su humildad y que todavía le quedaba camino por recorrer. A partir de ese día, trabajó su humildad y las demandas del ego. Vivió en el presente e intentó no quedar por encima de sus compañeros. También entendió que no debía identificarse con sus logros.

Así, trabajando con constancia y paciencia, por fin llegó el tan esperado día. El maestro llamó a su puerta y le anunció que había llegado su hora y que ya estaba preparado para su ordenación.

Cuando llegó al templo lo único que se encontró fue una pequeña tarima y sobre ella… un helado de chocolate. Joel disfrutó del helado agradecido, sin sentirse decepcionado. Y a continuación, se celebró su ordenación.