En estos días de menos carga de trabajo, me vuelvo un poco más reflexivo e intento entender algo mejor algunos aspectos que me rodean. Primero he pensado mucho en mí y he analizado mis “movimientos” por la vida, a todos no puedo gustar, lo que necesito es sentirme satisfecho con mi forma de estar.

Para ello he llegado a la siguiente cuestión: escribir mis objetivos. Y, es que tenemos tantas tareas por definir en nuestro día a día que si somos capaces de escribir nuestros retos diarios podemos ser seres potencialmente poderosos.

En este análisis la gran palabra clave que me ha venido a mis pensamientos es la vanidad. Muy presente en cada una de nuestras historias, tanto con amigos, compañeros o familiares. Los egos mueven el mundo… hay egos con preparación y humildad, y otros, en cambio, con una formación y modestia muy limitada.

Vanagloriarse forma parte de nuestra civilización, no nos engañemos, a nadie amarga un dulce, la diferencia entre unos y otros pueden ser las formas y el trato, los momentos y las situaciones. Somos instantes y en segundos pasan muchas cosas.

La cultura del alardeo esta proporcionalmente relacionada con la inexactitud de lo real. El refranero español, siempre sabio, nos recuerda que “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.

Como metáfora ideal para este artículo nos sirven estos tiempos de mascarilla obligatoria. ¿Qué mascara llevamos puesta? ¿Cómo somos realmente? Hablemos a continuación de esa máscara ficticia que diariamente nos ponemos.

Mostrarse al mundo tal y como somos es cuestión de valientes, simplemente en algunos casos es la vergüenza la que nos entorpece. Digamos que este tipo de máscara es natural y la hemos construido por el tipo de educación que hemos tenido.

Está claro que extremos de timidez no son buenos para el desarrollo de uno mismo, aunque esto sería otro tema a tratar. Lo que realmente me ha hecho reflexionar son aquellos que viven encarcelados en las apariencias, el otro tipo de máscara que voy a desarrollar a continuación.

Me refiero a esas personas que tanto utilizar una determinada mascarilla han olvidado quiénes son, adictos a la mentira viven disfrazados en una irreal existencia.

¿Qué pasa con estas personas que viven en una mentira constante?

Contar con este tipo de personas de forma altruista resulta complicado. Estamos ante individuos infelices, engañados por su propio ego, disfrutando de una vida paralela impulsada por halagos infieles. La utilización de pronombres en primera persona del singular es una de sus características. Necesitan sentirse importantes y ante la ausencia de “arrumacos” externos son ellos mismos los que materializan sus propios “mimos” para disipar la gran variedad de miedos que le rodean.

Ser más válido, listo o buena persona no sirve. Se premia al que mejor se exhive. Mostrarse tal y como no eres es dejar de lado a ese brillo interior que todos tenemos.

En el siguiente cuento podemos analizar cómo nos ven los demás y lo que nos puede influenciar. Como consideración previa al relato, adelanto que una buena salud mental nos ayuda a creer más es nosotros, estar menos pendientes de otros… Tener confianza no es sencillo… Cuando la tengamos cerca, fomentar buenos hábitos y no desgastarla con vanos esfuerzos.

UN TRAJE A MEDIDA AJENA (Cuento del libro Mujeres que corren con los lobos)

Un hombre fue a casa del sastre Szabó y se probó un traje. Mientras permanecía de pie delante del espejo se dio cuenta de que la parte inferior del chaleco era un poco desigual.

– Bueno, no se preocupe por eso –le dijo el sastre. Sujete el extremo más corto con la mano izquierda y nadie se dará cuenta.

Mientras así lo hacía, el cliente se dio cuenta de que la solapa de la chaqueta se curvaba en lugar de estar plana.

– Ah, ¿eso? –dijo el sastre. Eso no es nada. Doble un poco la cabeza y alísela con la barbilla.

El cliente así lo hizo, y entonces vio que la costura interior de los pantalones era un poco corta y notó que la entrepierna le apretaba demasiado.

– Ah, no se preocupe por eso –dijo el sastre. Tire de la costura hacia abajo con la mano derecha y todo le caerá perfecto.

El cliente accedió a hacerlo y se compró el traje.

Al día siguiente se puso el nuevo traje, “modificándolo” con la ayuda de la mano y la barbilla. Mientras cruzaba el parque aplanándose la solapa con la barbilla, tirando con una mano del chaleco y sujetándose la entrepierna con la otra, dos ancianos que estaban jugando a las damas interrumpieron la partida al verle pasar renqueando por delante de ellos:

– ¡Oh, Dios mío! –exclamó el primer hombre. ¡Fíjate en este pobre tullido!

El segundo hombre reflexionó un instante y después dijo en un susurro:

– Sí, lástima que esté tan lisiado, pero lo que yo quisiera saber es… ¿de dónde habrá sacado un traje tan bonito?

En clave subjetiva:

¿Cómo te gusta que te vean los demás?

Realmente, ¿Qué te aportan las opiniones de los demás?

Y tú, ¿Qué vas a hacer a partir de ahora para sentirte más auténtico?