Desde que éramos pequeños, nos dijeron que nos fijáramos objetivos y nos esforzáramos por alcanzarlos:

  • Gradúate en secundaria.
  • Entra en una buena universidad.
  • Asegura un buen trabajo.
  • Forma una familia…

Todos estos son objetivos comunes que las personas se fijan en la vida, desde la adolescencia. Cuando sucede algo que nos impide alcanzar una meta largamente establecida, la frustración comienza a aparecer y empezamos a preguntarnos qué hicimos mal. Porque, mientras muchos nos dirán que fijemos metas, muy pocos nos dicen cómo poder alcanzarlas.

Jugar con intención es una frase habitual en los entrenadores, ellos piden a los jugadores que la acción que hagan, que de la decisión que tomen no haya cabida al arrepentimiento. Lo que es lo mismo que se juegue con sentimiento cada ataque, que se defienda con pasión cada defensa.

Los entrenadores quieren jugadores conscientes dentro del equipo, lo que seguro quiere cualquier líder para sus colaboradores y justo lo que nos gustaría que se mostrará en plena calle, en todos los seres humanos.

 

La importancia de la conciencia

He leído que la autoconciencia comienza a desarrollarse de forma natural cuando tienes alrededor de un año, pero a medida que vamos envejeciendo, deja de ser un proceso automático y se convierte en algo en lo que debemos entrenar. La vida cotidiana está repleta de ocupaciones y distracciones nos asaltan y hace que nuestra propia autoconfianza descuidamos la autoconciencia y peligre un estado natural de equilibrio, lo que hoy en día se conoce como inteligencia emocional.

En palabras simples, la autoconciencia gira en torno a comprender quién eres desde un punto de vista práctico. Es una mirada a nuestro interior, eso que tantas veces descuidamos por vivir… Como si la vida no fuera con nosotros.

¿Os imagináis a un jugador con el pensamiento en otro lado? ¿Dónde termina ese jugador? Pues, seguramente en el banquillo…  Ahora traslademos esta idea a la vida. Nos acostumbramos a vivir con unas rutinas tan poco creativas y emocionantes que nos sobrepasa la vida.

Pero, ¿Cómo se logra la autoconciencia? Y, lo más importante, ¿podemos hacerlo nosotros solos? Quiero explicártelo en cinco pasos:

 

1. Conciencia de ti mismo

Esto se encuentra en el centro de la inteligencia emocional. Los psicólogos se refieren a esto como el estado psicológico en el que un individuo es plenamente consciente de su comportamiento, sentimientos y rasgos. Se necesita mucha introspección para alcanzar esta etapa y debes aprender a ver tus acciones desde un punto de vista objetivo.

Actualmente el mindfulness está orientado a la resolución del estrés y la ansiedad. Puede ser una buena práctica para tomar conciencia plena de todo lo que hacemos.

 

2. Autogestión

Después de tomar conciencia de tus emociones, la segunda etapa requiere asumir la responsabilidad de estas emociones. Esto no significa culpar a nadie, sino comprender las causas y los desencadenantes de estas emociones. Este suele ser un paso importante para lograr tus objetivos y requiere de mucho entrenamiento o terapia, según cada caso.

 

El desarrollar un diario emocional potenciará como actuar según nos sintamos, relacionarnos mejor con nuestras propias emociones y nos ayudará a conocernos mucho mejor a nosotros mismos.

 

3. Conciencia social

Se trata de la capacidad que tenemos los seres humanos para percibir, reconocer y comprender los problemas y las necesidades que tienen las personas de nuestro entorno. Para el tema que hoy nos atañe, lo que buscamos es tener menos necesidad de la validación de los demás.

La sana convivencia es fundamental para nuestro propio crecimiento, sin darle tantas vueltas al que dirán. No podemos ser un reflejo de los demás. Trabajar en valores es un buen ejercicio para lograr vivir con conciencia social.

4. Centrarse en uno mismo no significa egoísmo

No te compares. Ya lo leíamos en el punto anterior la importancia de una sana convivencia. Querer lograr algo no te convierte en una persona egoísta, siempre y cuando seas tú quien trabaje para lograrlo. Y para hacerlo, necesitas ser tu mejor yo.

Piensa bien cómo te gustaría ser y empieza a transformarte en lo que deseas. El éxito es tuyo y nunca debes pensar que es por fracaso de otros… Como actividad te propongo un diario de agradecimientos, verás como desde tu honestidad tienes muchas cosas que agradecer en cada final del día.

 

5. Autoconocimiento y éxito

Cuando eres consciente de ti mismo, conoces tus fortalezas, las cosas que te diferencian de los demás, así como tus debilidades y las cosas que necesitas mejorar. Esto es lo que te ayuda a crecer y lo que te ayuda a comprender que, incluso cuando llega el fracaso, no significa que tu viaje haya terminado, sino que debes mirarlo con una mente fresca: Nuevas oportunidades de aprendizaje nos acechan.

 

Espero que estas sugerencias puedan ayudarte para conseguir todo lo que te propongas. Para cualquier cosa estamos en contacto. ¡Gracias por leerme!

 

 

EL BUSCADOR (Jorge Bucay)

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador. Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.

Un día nuestro Buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó Kammir a lo lejos, pero un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. Estaba rodeaba por completo por una especie de valla pequeña de madera lustrada, y una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.

El Buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como por azar entre los árboles. Dejó que sus ojos, que eran los de un buscador, pasearan por el lugar… Y quizá, por eso, descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción: Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días.

Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida y sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar.

Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Al acercarse a leerla, descifró: Lamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas.

El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: Un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años.

Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.

El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

–No, ningún familiar –dijo el buscador–. Pero… ¿Qué pasa con este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de niños?

El anciano cuidador sonrió y dijo:

“Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré… Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de entonces, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y anote en ella: A la izquierda, qué fue lo disfrutado, a la derecha, cuánto tiempo duró ese gozo. ¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana, dos? ¿Tres semanas y media? ¿Y después?, la emoción del primer beso, ¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana? ¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? ¿Y el casamiento de los amigos? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?, ¿horas?, ¿días?

Así vamos anotando en la libreta cada momento, cada gozo, cada sentimiento pleno e intenso… Y cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ése es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.”