Durante un partido de baloncesto, por ejemplo, las emociones están a flor de piel. Recientes estudios afirman que deportistas y espectadores activan las mismas áreas cerebrales. Lo mismo hay alegría, que tristeza, miedo o enfado… ¿Qué te parece si aprendemos desde la pasión que supone un espectáculo deportivo a gestionar mejor las emociones?

Casi todo lo que hacemos en nuestro día a día y nuestra manera de vivir, está relacionado con las emociones, incluso en el trabajo. ¿Pasamos demasiado tiempo en el trabajo? Lo natural en España es una jornada laboral de 8 horas diarias, debemos sumar los tiempos de comida y los desplazamientos. Esto implica que podemos llegar a pasar entre 10 y 12 horas fuera de casa, dificultando, por ejemplo, la conciliación familiar… Prácticamente el mayor tiempo de nuestra vida se pasa trabajando. Es por eso, que hay que dedicarle un tiempo fundamental a saber administrar nuestras emociones en el trabajo y, por consiguiente, tener una sana proyección para la vida personal.

Leyendo diferentes fuentes he podido comprobar que hoy en día muere más gente por exceso de trabajo que de malaria.

¿Te reíste o sonreíste en el trabajo hoy? ¿Estabas aburrido en tu última reunión? Estos son solo un par de ejemplos que ocurren en nuestro puesto de trabajo y que nos hace sentirnos más o menos animados. ¿Cómo lo vives tú en el día a día? ¿Qué situaciones te producen más desilusiones? Vamos a analizar un poco más qué podemos hacer para tolerar mejor aquellas cosas que más nos afectan… O cuáles acciones necesitamos dosificarlas especialmente.

Recomendaciones para gestionar las emociones en todos los ámbitos

  1. Reconoce la emoción. En el baloncesto después de un fallo suele venir la llamada falta de la frustración. Escucha tu cuerpo. Con esto queremos decir que, en ocasiones, podemos notar nuestras emociones con antelación al momento de identificarlas. Por eso, te recomendamos que no tomes ninguna drástica decisión si estás en un momento de crisis. Esto es, porque cuando actuamos bajo este estado de enfado, nos solemos equivocar y después, nos arrepentimos.
  2. Encuentra una persona segura. En los momentos más críticos de un partido suelen aparecer la conexión mágica entre dos compañeros. Pues, es bueno tener a alguien de confianza y de apoyo en tu lugar de trabajo. Al fin y al cabo, es el sitio donde más horas pasamos en nuestra vida. Es por eso, que no hay nada de malo en tener un “amigo” en el trabajo.
  3. Abraza tus emociones. Celebrar una canasta, respirar antes de tirar un tiro libre, aplaudir a tu equipo… Las emociones están con nosotros, es algo por lo que todos tenemos que pasar, estar en contacto con tu yo interior te va a ayudar a construir relaciones y alianzas mucho más sólidas con tu gente de alrededor.

No tolerar bien la frustración o no controlar bien nuestro temperamento nos lleva a malas reacciones. Relacionándolo con un partido, podemos hablar de las sanciones que el árbitro debe tomar ante las protestas de jugadores o entrenadores. ¿Cómo lo vives tú en el día a día? ¿Qué situaciones te producen más desilusiones? Vamos a analizar un poco más a fondo…

 

¿Qué puedo hacer si no controlo mi mal temperamento?

  • Conoce las primeras señales de advertencia si tienes problemas para controlar tu temperamento. Observa bien lo que sucede en tu cuerpo cuando comienzas a sentirse enfadado y anticípate a una mala reacción.
  • Si sientes que te estás enfadando, toma medidas para calmarte lo más rápido posible. Hay personas que optan por respiraciones profundas para calmarse, otras en desviar su atención. Encuentra tú, ahora, la forma de relajarte.
  • Da un paso atrás o aléjate si puedes. Si estás participando en una discusión a la que necesitas regresar, informa que ya regresarás más tarde a abordar el asunto.
  • El ejercicio es una de las herramientas más exitosas. Salir a correr, ir al gimnasio… O simplemente dar un paseo para disfrutar del paisaje.

En resumen, no respondas cuando tu temperamento es fuerte sin calmarte primero. Da un paso atrás y tómate un tiempo para tranquilizarte antes de seguir con la tarea que te corresponda. No es buena decisión iniciar una conversación con alguien mientras aún estás molesto.

El cuento de hoy es algo diferente, muchos de los seguidores de este blog son entrenadores, profesores y, también, algunos padres. Sin perder la esencia del liderazgo, el siguiente cuento nos va a ayudar a seguir ayudando a nuestros pequeños jugadores, a nuestros hijos e hijas y, por qué no, a transmitir confianza a colabores que trabajen codo con codo con nosotros.

 

EL CUENTO DE LA TORTUGA

La técnica de la tortuga, Marlene Schneider y Arthur Robin

 

Hace mucho tiempo, vivía una tortuga pequeña y risueña. Se llamaba Torti y tenía cinco años. A Torti no le gustaba ir a la escuela. Prefería quedarse en casa con su madre y su hermanito. No quería estudiar ni aprender nada: Sólo le gustaba correr y jugar con sus amigos, o pasar las horas mirando la televisión. Le parecía horrible tener que leer y leer y hacer esos terribles problemas de matemáticas que nunca entendía.

Odiaba con toda su alma escribir y era incapaz de acordarse de apuntar los deberes que le pedían. Tampoco se acordaba nunca de llevar los libros ni el material necesario a la escuela. En clase, no escuchaba a la profesora y se pasaba el rato haciendo ruiditos que molestaban a todos.

Cuando se aburría, que pasaba a menudo, interrumpía la clase chillando o diciendo tonterías que hacían reír a todos los niños.

A veces, intentaba trabajar, pero lo hacía rápido para acabar enseguida y se volvía loca de rabia cuando, al final, le decían que lo había hecho mal. Cuando pasaba esto, arrugaba las hojas o las rompía en mil trocitos. Así pasaban los días…

Cada mañana, de camino hacia la escuela, se decía a sí misma que se tenía que esforzar en todo lo que pudiera para que no le castigaran. Pero al final, siempre acababa metida en algún problema. Casi siempre se enfadaba con alguien, se peleaba constantemente y no paraba de insultar. Además, una idea empezaba a rondarle por la cabeza: «Soy una tortuga mala» y, pensando esto cada día, se sentía muy mal.

Un día, cuando se sentía más triste y desanimada que nunca, se encontró con la tortuga más grande y vieja de la ciudad. Era una tortuga sabia, tenía por lo menos 100 años, y de tamaño enorme. La gran tortuga se acercó a la tortuguita y deseosa de ayudarla le preguntó qué le pasaba.

– ¡Hola!, le dijo con una voz profunda,  te diré un secreto: ¿No sabes que llevas encima de ti la solución a tus problemas?

Torti estaba perdida, no entendía de qué le hablaba.

– ¡Tu caparazón! exclamó la tortuga sabia. Puedes esconderte dentro de ti siempre que te des cuenta de que lo que estás haciendo o diciendo te produce rabia. Entonces, cuando te encuentres dentro del caparazón tendrás un momento de tranquilidad para estudiar tu problema y buscar una solución. Así que ya lo sabes, la próxima vez que te irrites, escóndete rápidamente.

A Torti le encantó la idea y estaba impaciente por probar su secreto en la escuela. Llegó el día siguiente y de nuevo Torti se equivocó al resolver una suma.

Empezó a sentir rabia y furia… Y cuando estaba a punto de perder la paciencia y de arrugar la ficha, recordó lo que le había dicho la vieja tortuga. Rápidamente encogió los bracitos, las piernas y la cabeza y los apretó contra su cuerpo, poniéndose dentro del caparazón. Estuvo un ratito así hasta que tuvo tiempo para pensar qué era lo mejor que podía hacer para resolver su problema. Fue muy agradable encontrarse allí, tranquila, sin que nadie le pudiera molestar.

Cuando salió, se quedó sorprendida de ver a la maestra que le miraba sonriendo, contenta porque se había podido controlar. Después, entre las dos resolvieron el error. ¡Parecía increíble! Con una goma, borrando con cuidado, la hoja volviera a estar limpia.

Torti siguió poniendo en práctica su secreto mágico cada vez que tenía problemas, incluso a la hora del patio. Pronto, todos los niños que habían dejado de jugar con ella por su mal carácter, descubrieron que ya no se enfadaba cuando perdía en un juego, ni pegaba sin motivos.

Al final del curso, Torti lo aprobó todo y nunca más le faltaron muchos amigos.