En el deporte hay una búsqueda continua de la excelencia. Da lo mismo categorías, desde equipos con edades tempranas el esfuerzo por superarse está muy presente. Quizás, no somos tan conscientes de lo beneficioso que es el deporte para adquirir buenos hábitos.
Un buen entrenador-educador en los equipos de jóvenes sirve para construir una buena persona. Y si un niño o niña no practica ningún deporte, no pasa nada, lo mismo sucederá en otros ámbitos, es decir desde la interacción con sus padres, profesores de clase o extraescolares surgirán los hábitos que necesitamos para crecer como persona.
La exigencia deportiva es algo que, tras muchos años, me sigue pareciendo una herramienta poderosísima para terminar siendo una buena persona. También los hay que no entrarán en esta lista, lo que propongo es citar una serie de hábitos para ser mejor persona extraídos de los valores del deporte.
SER JUSTO
Los equipos campeones se caracterizan por ser pacientes en trabajo diario, cimentar en cada entrenamiento una base sólida de comportamiento, estrategia y conocimiento que harán al equipo muy fuerte. Medir a todos por igual es de vital importancia. Recuerdo una anécdota con unos de mis entrenadores-jefe.
En una de sus “charlas” con el equipo, expuso a los jugadores una bonita metáfora:
“La temporada es una enorme y pesada viga que tenemos que trasportar todos los integrantes del equipo con nuestro hombro… Entre todos no notaremos su peso, puede que un día uno de vosotros se aparte, no pasa nada, todavía somos varios sujetando la viga… El problema es si un día, un partido, un entrenamiento se apartan varios, entonces habrá dolor en unos pocos y el equipo se resentirá…”
La honradez y la imparcialidad son principios básicos para ser una buena persona.
QUEJARSE POCO
Aunque el refranero español dice que el que no llora no mama, he visto como aquellos deportistas o entrenadores que siempre recordaré son los que menos se quejaban, además, atraían al éxito.
También recuerdo en mis años de entrenador de formación, como aquellos que nunca faltaban a los entrenamientos eran luego aquellos jóvenes que conseguían sacar buenas carreras o con buena nota sus estudios. Otros estaban siempre en la queja continua y ni les servía para ser buen deportista ni buen estudiante.
En este apartado el conocimiento del entrono es de suma importancia, así como la clarificación de objetivos. Recuperando el refranero español, no podemos pedir peras al olmo… Por tanto, saber donde estamos me hace ser consciente de lo que puedo exigir o puedo pedir.
Seguramente que con un conocimiento del contexto en el que me muevo, no tendré que recurrir a las quejas para sobrevivir en el día a día.
NO CRITICAR
En la sociedad prima el critiqueo, incluso en la televisión los programas de más audiencia tienen que ver con esto, por esta razón vivo actuaciones cotidianas de una ausencia de valores y de compromiso grandes.
Hacer un empeño por empatizar en nuestro día a día puede suponer la consecución de días de enorme satisfacción humana. Lo sencillo es dar la bofetada según te viene alguien, perdiendo de este modo seguridad en el equipo y crear debilidades que influyan en la resolución de problemas.
Las personas nos empequeñecemos antes los comentarios negativos, las críticas hacen daño y sin darnos cuenta nos llevan a un precipicio sin salida a nosotros mismos.
Un equipo que potencia lo bueno, que agradece los esfuerzos y que ayuda a la superación de contratiempos, se convierte en un ejemplo de unos a otros y en una maquinaria humana invencible.
LA TAZA DE TÉ
Cuento adaptado del libro «Cincuenta cuentos Zen» de José J. de Olañeta.
Hace mucho tiempo un joven muchacho, deseoso de aprender nuevos conocimientos, acudió al viejo maestro con la esperanza de que lo tomase como discípulo.
El viejo sabio tras escuchar las palabras del muchacho, decidió aceptarlo como alumno y enseñarle todos sus conocimientos.
«Muchacho, ven mañana al despuntar el alba y recibirás tu primera enseñanza».
Y así lo hizo el muchacho. En cuanto el sol empezó a asomarse por el horizonte, el joven discípulo se presentó en la casa de su maestro. «Ven muchacho», le dijo el joven sabio. «Tomemos una taza de té».
Puso delante del joven una taza y empezó a servir el té. Sin embargo, en vez de pararse cuando la taza estaba llena, siguió vertiendo el líquido hasta que la tetera quedó completamente vacía.
El muchacho se quedó sorprendido ante la situación que acaba de ver, pero por respeto a su maestro no quiso decirle nada.
«Por hoy ya hemos acabado», le dijo el maestro. «Ya puedes volver a tu casa. Mañana te espero a la misma hora que canta el gallo».
Al día siguiente el joven discípulo se presentó en casa de su maestro con la ilusión de que ese día empezasen las enseñanzas.
Sin embargo el viejo le sentó de nuevo a la mesa y le puso la taza de té delante llenándola hasta que la tetera quedó completamente vacía.
Y así pasó un mes. Un día, el joven alumno reunió fuerzas y se animó a preguntarle al maestro cuándo empezarían las enseñanzas. «Muchacho», le dijo el sabio. Hace un mes que empezamos con las lecciones.
«¿Cómo es posible?», preguntó el joven. «Desde hace un mes lo único que hago es sentarme y ver como se derrama el té de la taza».
«Al igual que la taza, estás lleno de opiniones y especulaciones. ¿Cómo vas a aprender si no empiezas por vaciar tu taza?», respondió el viejo sabio.
Comentarios recientes