Hoy en día valoro mucho el interés. Muestra motivación y mejora… Grandes conceptos para emprender cada día.

La tecnología nos ha convertido en seres más fríos, somos capaces de comunicar noticias importantes por mensajería instantánea. El teléfono es como un escudo de protección, aunque no sé exactamente de qué.

Claro, antiguamente, el contacto directo con las personas tenía que ser obligado, y esto, en el fondo nos convertía en mejores personas. En el pasado éramos todos los días seres valientes, ahora en cambio, hay miedo en el cara a cara.

He pensado mucho los últimos años en este estado de frialdad, llegando a la conclusión que nos lleva a la desmotivación. Tenemos que, son dos palabras muy unidas al estilo de vida que hoy se practica. Dos términos que inundan nuestro vocabulario y, por lo tanto, nuestros pensamientos.  Transformamos nuestras ideas en costosas actuaciones, carentes de cariño y dedicación plena. Nuestras palabras crean nuestra realidad.

Quizás, esta sociedad está más preparada que nunca, sin embargo, las relaciones sociales son la asignatura pendiente. Ahora puedo entender cuál es ese escudo al que antes de refería, sencillamente, el conocimiento de uno mismo.

Tan ocupados en vivir, que se nos ha olvidado ser. Sí, ocupados en vivir; ¡Vaya paradoja! ¿Cuántas veces nos alagan? O ¿Cuántas veces piropeamos nosotros? Como si fuésemos máquinas programadas para vivir van pasando los días y así vamos desaprovechando oportunidades de conocimiento y crecimiento humano.

¿Cómo puede ser que una sociedad tan rica culturalmente se cuestione, en numerosas ocasiones, el saludo? Posiblemente, lo que quiero decir, es que todo empieza por un simple gesto de cortesía. Es ahí donde empezamos a construir nuestra manera de afrontar la vida.

Empezar una conversación con “¡Hola! ¿Qué tal estás?”, anuncia elegancia en la otra persona, ese interés al que al principio me refería, es poner el afecto como carta de presentación de uno mismo y después descubriremos lo que realmente somos y en lo que nos podemos convertir.

 

El vendedor de flautas mágicas (Eva María Rodríguez)

Había una vez un vendedor de flautas que se recorría el mundo ofreciendo sus maravillosos instrumentos. Pero este vendedor no ofrecía flautas normales, no. Lo que vendía eran flautas mágicas.

-Miren qué maravillosa música nace de estas flautas mágicas, que hacen que todo el que la escuche se ponga a bailar -decía el vendedor, de plaza en plaza. Y se ponía tocar. Y, como por arte de magia, todo el mundo empezaba a bailar.

-Compren hoy, no esperen, pues esta noche emprenderé mi viaje y no volveré más -decía el vendedor.

La gente hacía cola para comprar las flautas mágicas que llevaba aquel vendedor, y que tanta alegría les había llevado con su música.

Un día llegó a un pueblo muy pobre y muy triste. La gente disfrutó mucho con la música del vendedor de flautas. Pero solo una niña se acercó a comprar.

-Deseo tanto que mi padre baile que con la única moneda que me queda compraré una de tus flautas mágicas.

El vendedor le dio la flauta a la niña y se fue enseguida.



La niña volvió con la flauta a casa muy contenta y empezó a tocar para su padre. Pero su padre no se movía.

-Te han engañado, hija -dijo el hombre-. Ninguna flauta hará que un paralítico como yo pueda levantarse de la silla y andar, mucho menos bailar.

La niña salió corriendo a buscar al vendedor de flautas. Como llovía y hacía mucho viento el hombre se había refugiado a la salida del pueblo.

-Su flauta no funciona -dijo la niña.

-Para que funcione tienes que tocar con dulzura e ilusión, pequeña -dijo el vendedor de flautas.

-¿No podría venir usted a mi casa y tocar para mi padre? -dijo la niña-. Así podría usted pasar la noche a cubierto y dormir un poco.

El hombre aceptó la oferta de la niña y se fue con ella, confiando en que su talento sería suficiente para que el hombre bailara.

Cuál fue su sorpresa al ver que aquel hombre era paralítico. La explicación que le dio a la niña era la misma que daba siempre que alguien decía que su flauta no funcionaba, pero aquella vez era diferente. Pero era demasiado tarde para salir y tuvo que improvisar.

-¿Habéis cenado ya? -dijo el vendedor de flautas.

-Estoy haciendo un caldo en el puchero con unas hierbas silvestres y un poco de pan duro -dijo la niña-. Somos pobres y no tenemos para más, pero compartiremos la cena contigo con mucho gusto.
-Yo tengo por aquí algo de queso, un poco de embutido y unas frutas que también compartiré con vosotros -dijo el vendedor.

La niña y su padre su pusieron muy contentos y empezaron a cenar. Charlaron y cantaron hasta que se quedaron dormidos. El vendedor de flautas se despertó enseguida y, cuando se preparaba para salir, el hombre le llamó.

-Tus flautas no son mágicas -le dijo.

-No, no lo son -dijo el vendedor-. La magia la pone la gente con su ilusión y sus ganas de divertirse. Yo solo les doy un aliciente. No me consideres un estafador, más bien un ilusionista, un mago. No me había parado nunca a pensar que algo como esto pudiera ocurrir.

-No te culpo -le dijo el hombre-. Todos tenemos que sobrevivir. Si lo deseas, puedes vivir aquí, con nosotros. Yo no puedo trabajar y mi hija es aún muy joven. Te ofrezco un techo y una familia. Es poca cosa, lo sé, pero es lo único que te puedo ofrecer.

El joven vendedor de flautas aceptó, pues estaba cansado de ir de acá para allá, sin tener un lugar al que volver ni nadie con quien compartir la vida.

-¿Le contaremos la verdad a la niña? -preguntó el vendedor de flautas.

-Seguro que eres capaz de inventar algún cuento para explicarle por qué no funciona la flauta -dijo el hombre-. No te preocupes, con el tiempo lo entenderá. Ahora ilusión y esperanza es lo único que necesita.

Y vivieron felices durante muchos años.

 

En clave subjetiva:

Piensa en 3 cosas que tengas que hacer hoy y añádele una justificación:

  1. TENGO QUE……PORQUE….
  2. TENGO QUE……PORQUE….
  3. TENGO QUE……PORQUE….

Ahora te propongo modificar tus frases. Cambia el tengo que por quiero, y, además añade al final de cada frase para que.

 

Te pongo un ejemplo:

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Tengo que hacer la cama porque me obligan.

Quiero hacer la cama para que cuando llegue a la noche y esté cansado me la encuentre acogedora.

¿Ha cambiado algo en ti?

¿Qué ha supuesto para tu pensamiento decirlo de forma diferente?