No puedo disociar nuestra actividad en la vida con la preparación de un partido. El deporte tiene muchas horas de entrenamiento para mejorar en la puesta a escena final. Cuántos de nosotros hemos jugado bien al futbolín simplemente por jugar cada sábado miles de partidas… Pues así debemos entender la vida. Cada segundo forma parte de nuestro entrenamiento más personal, todo suma para el ser de uno mismo. Aún, sabiendo que el tiempo que trascurre ya no vuelve, seguimos malgastado energías en aspectos que no nos van a ayudar a vivir mejor.
Si un entrenador quiere mejorar el dominio de balón de sus jugadores, durante varias sesiones de entrenamiento sus ejercicios van focalizados en el perfeccionamiento de dicho fundamento. Si esta simple idea la trasferimos a la vida, podemos cambiar mucho de nosotros para ser mejores y vivir en un estado altamente equilibrado.
Resulta que entre nuestras fortalezas tenemos una muy escondida y que la necesitamos inevitablemente para desarrollar este concepto: La gratitud.
La gratitud genera un cambio, esto ya de por sí, suena bastante bien. La monotonía y la rutina fulmina lentamente la grandeza del ser humano, por eso los cambios debemos evaluarlos como altamente positivos. La gratitud nos traslada de un estado cualquiera a otro más positivo. Esto es magnífico. Tenemos que recordar que cuando estamos mucho tiempo al lado de una persona gruñona, negativa y pesimista, nuestra vitalidad baja demasiado y entramos en un estado de desmotivación y abatimiento grande. No podemos derrochar segundos de esta forma, todo lo que nos sucede merece mucho la pena y necesitamos apreciar mucho más nuestra propia existencia. Esto empieza, también, por querernos más nosotros mismos.
He estado muy observador en este inicio de temporada sobre aspectos motivacionales y resulta que esta fue la razón que me llevó a la gratitud. El famoso choque de manos de los jugadores de baloncesto lo considero un poder de gratitud, en este caso de reconocimiento de un compañero a otro. Además, a menudo esto se da en medio de la euforia de un partido o un entrenamiento y que, en definitiva, es puro alimento para seguir motivado. El choque de manos no es, por tanto, ninguna tontería. El choque de manos es un empuje hacia lo extraordinario.
Otras acciones como levantar el puño al aire de forma enérgica es un poder de gratitud hacía uno mismo, ¡Yo también necesito alagarme por mis logros! Esto es otra parte que me ha interesado mucho en esta nueva temporada.
Estamos educados en una cultura de quedarnos mucho más con aspectos negativos, predomina mucho más en nuestro recuerdo lo malo que lo bueno. Sin embargo, el gran crecimiento personal surgirá desde los aspectos positivos. Desde lo malo, desde el mal rollo entraremos en un ambiente depresivo que nos puede dañar en exceso.
Realizar un diario de gratitud puede ser el entrenamiento definitivo para vivir de una forma más agradable. Esto es, y explico mi experiencia, escribir todas las noches aquellas cosas que estas orgulloso de ellas, hacer un balance de aquello que has hecho y que estás contento por ello. Así, por ejemplo, hay acciones que en ocasiones debemos alabarnos, tales como hacer la cama o tomar un café, ambas labores han servido para estar satisfecho conmigo mismo y no debo olvidarlas ni cambiarlas por otras negativas. Quiero irme a la cama recordando todo aquello que ha sido positivo en mi jornada, tanto laboral como social y familiar.
Finalmente, la gratitud potencia de manera beneficiosa nuestra salud en general. Hemos hablado mucho de lo eficaz que puede ser para elevar el nivel de nuestras emociones positivas y el deporte nos da muchas claves sobre esto. Por otro lado, el poder de la gratitud nos ayuda a dormir mejor y a disminuir los dolores en general. Soy un abonado a los dolores de cabeza y la mayoría de ellos pueden venir impuestos por situaciones negativas que van surgiendo, en mi propósito está el eliminarlos rápidamente de mis pensamientos y eso debe estar el entrenamiento que hoy propongo, trabajar en el poder de la gratitud.
INCREÍBLE (David Fischman)
Cuentan que una pareja le puso “Increíble” de nombre a su hijo, pues tenían la certeza que haría cosas increíbles en la vida.
Pero Increíble tuvo una vida tranquila, se casó y vivió fiel a su esposa sesenta años. Sus amigos lo molestaban porque su vida no concordaba con su nombre. Antes de morir, Increíble le pidió a su esposa que no colocara su nombre en su lápida ya que no quería escuchar las burlas de sus amigos desde el cielo.
Cuando murió, su mujer, obedeciendo el pedido de su esposo, puso sencillamente en la lápida: “Aquí yace un hombre que le fue fiel a su mujer durante sesenta años”.
Paradójicamente, cuando la gente pasaba por el cementerio y leía la lápida decía: “¡Increíble!”
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