Había una vez un joven que vivía aspirando a lograr grandes sueños.
Se veía rodeado de todo lo que siempre había querido, reconocido y admirado, consiguiendo llegar a lo más alto.
Estaba tan convencido de que era capaz de llegar a su meta, que era incapaz de ver más allá de su ombligo. Él mismo y sus intereses individuales eran su prioridad, y no veía nada más que eso.
Al principio todo parecía que iba rodado. Cada vez iba escalando peldaños, iba consiguiendo objetivos y se iba haciendo el hueco que tan merecido sabía que tenía. Hasta que un buen día, las cosas dejaron de ir bien.
Notó que cada vez era más complicado acertar. Que las decisiones que le habían llevado hasta allí, ahora se le ponían en contra, y que por más que lo diera todo, nunca era suficiente…
Él trató de restarle importancia, pensando que sería simplemente una mala racha (¿Quién no pasa por una alguna vez en su vida?). Pero cuando tras unas semanas comenzó a notar que esta situación iba a peor y peor, empezó a ser consciente de que realmente había algo más que una simple mala racha.
¿Qué estaba haciendo mal? ¿Por qué lo que le había ayudado a llegar tan alto, ya no le seguía impulsando a la cima?
En mitad de ese caos, el joven decidió salir a caminar por la ciudad para intentar aclarar sus ideas. Y así como cuando ocurren esas casualidades que a veces son casi mágicas, se topó con un viejo sentado en un banco que le hizo una seña para que se sentara a su lado.
El joven dudó por unos instantes, pero finalmente se sentó a su lado.
Los dos se quedaron unos minutos en silencio, mirando al frente, escuchando el ruido de la acelerada ciudad, hasta que el viejo dijo:
Detrás de cada aspiración, detrás de cada meta y de cada gran objetivo en la vida, siempre se esconde una red de apoyo que te ayuda a impulsarte en cada salto que das.
Esta red se llama equipo y trabajar en equipo es llevar entre todos una gran viga.
Si un día una persona se retira, la viga sigue sosteniéndose. Si al segundo día otra persona se retira, la viga, aun pesando unos kilos más, podrá seguir sosteniéndose.
Pero, si la viga queda sostenida por solo unos pocos, mientras que el resto camina sin ese peso, probablemente comience a doler tanto que nadie querrá seguir cargando con ella.
Todos tus objetivos dependen de que la viga llegue a su destino. Y si tú no estás dispuesto a sostener parte de su peso junto a tu equipo, todo eso con lo que tanto sueñas quedará cada vez más lejos.
El joven respiró. Por fin comprendió qué es lo que estaba fallando.
Poner los talentos y capacidades individuales al servicio del equipo, no solo a nivel particular, y ayudar a sostener el peso entre todo el grupo, es la clave para cumplir todas esas aspiraciones deseadas y soñadas.
Porque sin un equipo que te respalde, es complicado llegar a la meta. Y porque un equipo que te respalda, hace que todos los empeños y esfuerzos merezcan la pena… Más allá de los resultados.
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