Durante los últimos años he podido explorar a través de mi trabajo muchas de las actitudes del ser humano. Comprobar cómo podemos tener en nuestras manos diferentes recursos para provocar un cambio que mejore nuestra realidad. Sin embargo, hay veces que un sentimiento de pereza repentino nos hace alejarnos de manera precipitada del objetivo por el que hemos estado trabajando durante tanto tiempo a nivel personal u organizativo.
Tropezar dos veces sobre la misma piedra, es un error común del ser humano. Ni tan siquiera nuestra inteligencia o nuestros estudios son capaces de liberarnos de la equivocación repetida.
Paradójicamente esas piedras con las que nos tropezamos en nuestro camino, son precisamente las que nos hacen reaccionar… o no. Parece que necesitamos que nos den un “toque” para alarmar a nuestra consciencia y mejorar nuestra conducta.
Aprender de los errores es por tanto la asignatura pendiente de la humanidad, errores muchas veces ligados al egoísmo y a las envidias.
¿Cuántas veces actuamos desde un sentimiento de rabia?
Los inventos a través de la historia han sido hitos que han marcado el desarrollo de la sociedad que hoy conocemos, hoy en día esos hallazgos han perdido valor para nuestra desprestigiada sociedad.
El fuego fue uno de esos tesoros que tanto costó consolidar en la prehistoria. Fue un descubrimiento bastante útil para nuestros antepasados, hasta defenderlo como a su propia vida. Así, empezaron a cocinar alimentos, podían resguardarse del frío e incluso servía para defenderse ante peligros.
Lo trasportaban para no perderlo. ¡Para ellos era difícil conseguirlo de nuevo!
Actualmente el fuego lo tenemos en nuestro bolsillo, pero no hemos aprendido que no se trata de un juego. Cuanto más vivimos, más sabemos, más aprendemos… menos hacemos por minimizar estados de alarma. Poner de nuestra parte para mejorar la sociedad no está al alcance de cualquier persona.
Tanto jugar con fuego nos terminará quemando; tanta belleza dibujada para nuestro disfrute se acabará borrando.
De comportamiento y responsabilidades narra el siguiente cuento oriental, muy acorde a los tiempos que vivimos y al momento actual. Nuestro pequeño granito de arena, es un significante acto de compromiso.
LA MARIPOSA AZUL
Cuentan que hace mucho tiempo, en el lejano oriente, un hombre quedó viudo, y tuvo que quedarse al cuidado de sus dos hijas pequeñas.
Las niñas eran muy inteligentes y curiosas. De hecho, estaban constantemente preguntando cosas a su padre. Y él respondía con mucha paciencia. Pero llegó un día en el que el padre de las niñas se vio incapaz de responder a las complejas preguntas de sus hijas, y decidió enviarlas una temporada con el hombre más sabio del lugar, un anciano maestro que vivía en lo alto de una gran montaña.
Las niñas preguntaron al sabio muchísimas cosas, y él parecía tener respuesta para todo.
‘¿Por qué las estrellas no se caen?, ¿y por qué el mar viene y va?, ¿por qué no vemos la luna por el día?’…
Y él, con una bondadosa sonrisa, respondía con calma a cada una de las preguntas. Las niñas estaban sorprendidas… ¡no podía ser que lo supiera todo! Tal es así, que una de las hermanas, deseosa de dejar al anciano sin respuestas, le propuso a su hermana:
– ¿Por qué no buscamos una pregunta que el sabio no sea capaz de responder?
– ¿Y cuál puede ser?- preguntó su hermana.
– Espera, que tengo una idea…
La niña salió de la habitación, y a los cinco minutos regresó con algo envuelto en un trapo.
– ¿Qué llevas ahí?- preguntó su hermana con curiosidad.
Entonces, la niña levantó ligeramente el trapo y dejó ver una hermosa mariposa azul.
– ¡Oh! – ¡Qué bonita!- exclamó su hermana-. Pero… ¿Qué pregunta le haremos al sabio?
– Verás, iremos a verle y sostendré la mariposa en mi mano. Le preguntaremos: ¿Qué crees que tengo en la mano: una mariposa viva o una mariposa muerta? Si él responde que está viva, apretaré la mano sin que se de cuenta y así la mariposa estará muerta cuando la abra… Y no habrá acertado. Si responde que está muerta, la dejaré libre, y el sabio tampoco habrá acertado…
– ¡Qué lista eres, hermanita! – dijo entusiasmada su hermana.
Así que las hermanas corrieron a ver al viejo sabio. Al llegar, la niña le hizo la pregunta que habían acordado:
– Tengo una pregunta para ti, gran sabio… ¿Qué crees que tengo en la mano: una mariposa viva o una mariposa muerta?
El anciano, se quedó mirándola a los ojos y respondió muy sereno:
– Todo depende de ti. Está en tus manos.
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