Seguimos esta semana de inicios deportivos con la selección de los mejores defensores… eso sí, en forma metafórica. En esta ocasión vamos a elegir al mejor equipo titular rival, compuesta por una serie de “jugadores” que van a hacer muy complicado nuestra progresión como entrenadores.
Reflexionando esta semana sobre este artículo, totalmente extrapolable a cualquier ámbito de la vida y más en los tiempos que corren. Como mi entorno es el baloncesto, nos basaremos en cinco “jugadores” más efectivos en bloquear nuestro rendimiento y crecimiento personal.
Comenzamos con el ego. En el libro Once anillos, del ex – entrenador de la NBA Phil Jackson, me gusta como refleja lo dañino que puede llegar a ser para el desarrollo de un equipo. Actualmente, debo reconocer como en el deporte profesional, todavía, se relaciona al ego con la falta de personalidad. Voy a explicarme mejor, para Phil Jackson suavizar el ego no significaba convertirse en un blando, esto significa permitir expresarse a todos por igual… La fuerza del equipo es el jugador y el jugador es el equipo.
La negatividad es otro de los conceptos que, por desgracia, sacuden nuestro día a día, y por supuesto, no lo iba a ser menos en el deporte. Parece que lo que más vende es lo malo, el critiqueo está de moda y nos olvidamos de que somos en esencia: personas. ¿Cuántas veces nos dicen lo bien que hemos realizado algo? ¿Cuántas veces potenciamos la labor de otras personas? Terminamos cada jornada fundidos, faltos de esa “gasolina” capaz de sacar lo mejor de nosotros mismos.
Sin ir más lejos, las noticias con las que encendemos el televisor cada día, son mayormente negativas, como si en el mundo no pasará nada bueno. En el deporte es igual, el fallo es el origen del entrenamiento… Dejando de lado potenciar lo que realmente hacemos bien y, esto bien podría ser, la “gasolina” que anteriormente citaba. Imaginemos si impulsamos en cada entrenamiento lo bueno de cada uno, estaríamos hablando de desarrollar grandes jugadores, grandes personas.
Otro componente de para este equipo de defensores, sería la inflexibilidad. Quiero conectar la inflexibilidad con la falta de empatía. No ceder y mostrar firmeza siguen siendo valores cotizados en el oficio de entrenador. Sin embargo, tras varias temporadas en la élite, me he dado cuenta lo “sano” que ha supuesto para el equipo encontrarse con entrenadores que han llegado a esta concepción. Compartir es una palabra vinculada al mundo del deporte, por eso considero de vital importancia la capacidad de ponerse en el lugar de otros, participar con el equipo y ayudar reconociendo los diferentes escenarios que se van a dar durante la temporada.
Continuamos la alineación con la falta de autocrítica. Es cierto que en la vida no puedes relajarte, si no te sigues formando, no tendrás una evolución adecuada a tu estilo de comportamiento. Concretamente la profesión de entrenador conlleva a desarrollar un aprendizaje continuo, si te detienes, otros lo harán por ti y puede que aparezcas en el olvido. Seguro que en muchas profesiones es igual, la competencia es máxima y los descuidos se pagan.
Desarrollar la autocrítica debe ser algo positivo, no podemos caer en tentaciones perjudiciales, más bien tenemos que usar la autocrítica de forma constructiva, pues esto será lo que nos haga mejorar. Una persona con un bajo nivel de autocrítica, difícilmente asumirá sus errores y hará responsable a los demás por sus acciones.
El último integrante de este equipo es la la falta de comunicación. Un pequeño error en la comunicación puede causar mal ambiente durante mucho tiempo. Por tanto, si no existe conexión entre los miembros del equipo se generan problemas, el más común: la desmotivación. Si no hay fluidez en la información que damos a los jugadores, dejarán de poner interés y pasión en lo que hacen deteriorando su rendimiento y por consecuencia el del equipo.
Fundamental para desarrollar este concepto es fomentar la escucha, no es oír a la otra persona, sino es estar totalmente concentrados en el mensaje que el otro individuo intenta comunicar. A esto se le denomina escucha activa y la empatía es importante. Un equipo que se siente escuchado puede ser un motor imparable hacia el éxito.
UN NIÑO (Helen Buckley)
Erase una vez un niño que acudía por primera vez a la escuela. El niño era muy pequeñito y la escuela muy grande. Pero cuando el pequeño descubrió que podía ir a su clase con sólo entrar por la puerta del frente, se sintió feliz.
Una mañana, estando el pequeño en la escuela, su maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno- pensó el niño, a él le gustaba mucho dibujar, él podía hacer muchas cosas: leones y tigres, gallinas y vacas, trenes y botes. Sacó su caja de colores y comenzó a dibujar.
Pero la maestra dijo: – Esperen, no es hora de empezar, y ella esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar flores. ¡Qué bueno! – pensó el niño, – me gusta mucho dibujar flores, y empezó a dibujar preciosas flores con sus colores.
Pero la maestra dijo: – Esperen, yo les enseñaré cómo, y dibujó una flor roja con un tallo verde. El pequeño miró la flor de la maestra y después miró la suya, a él le gustaba más su flor que la de la maestra, pero no dijo nada y comenzó a dibujar una flor roja con un tallo verde igual a la de su maestra.
Otro día cuando el pequeño niño entraba a su clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer algo con barro. ¡Qué bueno! pensó el niño, me gusta mucho el barro. Él podía hacer muchas cosas con el barro: serpientes y elefantes, ratones y muñecos, camiones y carros y comenzó a estirar su bola de barro.
Pero la maestra dijo: – Esperen, no es hora de comenzar y luego esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar un plato. ¡Qué bueno! pensó el niño. A mí me gusta mucho hacer platos y comenzó a construir platos de distintas formas y tamaños.
Pero la maestra dijo: -Esperen, yo les enseñaré cómo y ella les enseñó a todos cómo hacer un profundo plato. -Aquí tienen, dijo la maestra, ahora pueden comenzar. El pequeño niño miró el plato de la maestra y después miró el suyo. A él le gustaba más su plato, pero no dijo nada y comenzó a hacer uno igual al de su maestra.
Y muy pronto el pequeño niño aprendió a esperar y mirar, a hacer cosas iguales a las de su maestra y dejó de hacer cosas que surgían de sus propias ideas.
Ocurrió que un día, su familia, se mudó a otra casa y el pequeño comenzó a ir a otra escuela. En su primer día de clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno pensó el pequeño niño y esperó que la maestra le dijera qué hacer.
Pero la maestra no dijo nada, sólo caminaba dentro del salón. Cuando llegó hasta el pequeño niño ella dijo: ¿No quieres empezar tu dibujo? Sí, dijo el pequeño ¿Qué vamos a hacer? No sé hasta que tú no lo hagas, dijo la maestra. ¿Y cómo lo hago? – preguntó. Como tú quieras contestó. ¿Y de cualquier color? De cualquier color dijo la maestra. Si todos hacemos el mismo dibujo y usamos los mismos colores, ¿Cómo voy a saber cuál es cuál y quién lo hizo? Yo no sé, dijo el pequeño niño, y comenzó a dibujar una flor roja con el tallo verde.”
En clave subjetiva:
¿A qué conclusión llegas con la lectura de hoy?
¿Qué relación tiene el cuento con la educación que has recibido?
¿Cómo te gustaría actuar a partir de ahora?
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