Reflexionaba estos días que el trabajo en equipo es una maquinaria universal que, por momentos, funciona bien en algunos lugares, ámbitos, trabajos, familias… Y en otros, pues el desempeño, puede ser catastrófico. Para una sociedad equilibrada, es básico el trabajo en equipo. Digamos que, para está metáfora, el equipo es la sociedad.

Por ejemplo, cualquiera de las normas cívicas, escritas o no, tendrán mayor éxito si la colaboración es masiva. En la mayoría de situaciones, no somos conscientes de la importancia del apoyo del prójimo. En mi entorno laboral, el trabajo en equipo está en boca de todos, parece algo exclusivo para evolucionar como grupo, sin embargo, el trabajo en equipo necesita venir de más atrás y, esto empieza en alguna parte íntima de cada uno de nosotros.

Vamos a enumerar cinco obstáculos que nos frenan excesivamente reduciendo nuestra actitud e impidiendo los cambios necesarios para mejorar:

 

EL EGO

El libro Once anillos, del ex – entrenador de la NBA Phil Jackson, me gusta como refleja lo dañino que puede llegar a ser para el desarrollo de un equipo. Actualmente, debo reconocer como en el deporte profesional, todavía, se relaciona al ego con la falta de personalidad. Voy a explicarme mejor, para Phil Jackson suavizar el ego no significaba convertirse en un blando, esto significa permitir expresarse a todos por igual… La fuerza del equipo es el jugador y el jugador es el equipo.

Carecer de humildad es demasiado humano. Sin entrar en los motivos, todos hemos pecado alguna vez de soberbia. Toca analizar esos fragmentos de nuestra vida que hemos actuado con humildad y recordar cómo nos sentíamos… Seguramente obtengamos una clave para actuar mejor el resto de nuestra vida.

 

 

LA NEGATIVIDAD

En el deporte es una palabra maldita. Se evita, pero no es posible esquivarla. Hay demasiados factores que no lo ponen fácil: la prensa, los aficionados, las opiniones, las derrotas, los pesimistas… Parece que lo que más vende es lo malo, el critiqueo está de moda y nos olvidamos de que somos personas en esencia.

¿Cuántas veces nos dicen lo bien que hemos realizado algo? ¿Cuántas veces potenciamos la labor de otras personas? Terminamos cada jornada fundidos, faltos de esa “gasolina” capaz de sacar lo mejor de nosotros mismos.

Sin ir más lejos, las noticias con las que encendemos el televisor cada día, son mayormente negativas, como si en el mundo no pasará nada bueno. En el deporte es igual, el fallo es el origen del entrenamiento… Dejamos muchas veces de lado lo que realmente hacemos bien y, esto bien podría ser, la “gasolina” que anteriormente citaba. Imaginemos si impulsamos en cada entrenamiento lo bueno de cada uno, estaríamos hablando de desarrollar grandes jugadores, grandes personas.

 

 

LA INFLEXIBILIDAD

Vivimos en un mundo que, si nos dan la mano, cogemos el brazo. Sufrimos mucho cuando padecemos injusticias o cuando estamos en una disciplina con exagerado rigor. Sin embargo, ante situaciones normales, pronto confundimos conceptos y la vagancia inunda nuestro método. Parece que, a veces, perdemos la memoria y no aprendemos para lo que realmente estamos en la vida.

Quiero conectar, también la inflexibilidad con la falta de empatía. No ceder y mostrar firmeza siguen siendo valores cotizados en el oficio de entrenador. Sin embargo, tras varias temporadas en la élite, me he dado cuenta lo “sano” que ha supuesto para el equipo encontrarse con entrenadores que han dirigido desde un liderazgo compensado entre la calidez y la autoridad.

Compartir es una palabra vinculada al mundo del deporte, por eso considero de vital importancia la capacidad de ponerse en el lugar del otro, participar con el equipo y ayudar a reconocer los diferentes escenarios que se van a dar durante la temporada.

 

FALTA DE AUTOCRÍTICA

Es cierto que en la vida no puedes relajarte, si no te sigues formando, no tendrás una evolución adecuada a tu estilo de comportamiento. Concretamente la profesión de entrenador conlleva a desarrollar un aprendizaje continuo, si te detienes, otros lo harán por ti y puede que aparezcas en el olvido. Seguro que en muchas profesiones es igual, la competencia es máxima y los descuidos se pagan.

Desarrollar la autocrítica debe ser algo positivo, no podemos caer en tentaciones perjudiciales, más bien tenemos que usar la autocrítica de forma constructiva, pues esto será lo que nos haga mejorar. Una persona con un bajo nivel de autocrítica, difícilmente asumirá sus errores y hará responsable a los demás por sus acciones… Y esto el equipo de trabajo lo debe de saber, no es bueno rodearse de colaboradores cobardes que piensan solo en tener al jefe contento.

Tener opinión propia, estar preparado y orientar al líder con diferentes opciones y métodos es enriquecer la batería de herramientas del equipo.

 

FALTA DE COMUNICACIÓN

Un pequeño error en la comunicación puede causar mal ambiente durante mucho tiempo. Por tanto, si no existe conexión entre los miembros del equipo se generan problemas, el más común y preocupante: la desmotivación.

Si no hay fluidez en la información que damos a los jugadores, a nuestros colaboradores, dejarán de poner interés y pasión en lo que hacen, deteriorando su rendimiento y por consecuencia el del equipo.

Fundamental para desarrollar este concepto es fomentar la escucha, no es oír a la otra persona, sino es estar totalmente concentrados en el mensaje que el otro individuo intenta comunicar. A esto se le denomina escucha activa y la empatía, como decíamos anteriormente, es importante.

Un equipo que se siente escuchado puede ser una máquina imparable hacia la productividad, hacia la evolución… Hacia el éxito.

 

 

 

UN NIÑO (Helen Buckley)

Érase una vez un niño que acudía por primera vez a la escuela. El niño era muy pequeñito y la escuela muy grande. Pero cuando el pequeño descubrió que podía ir a su clase con sólo entrar por la puerta del frente, se sintió feliz.

Una mañana, estando el pequeño en la escuela, su maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno- pensó el niño, a él le gustaba mucho dibujar, él podía hacer muchas cosas: leones y tigres, gallinas y vacas, trenes y botes. Sacó su caja de colores y comenzó a dibujar.

Pero la maestra dijo: – Esperen, no es hora de empezar, y ella esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar flores. ¡Qué bueno! – pensó el niño, – me gusta mucho dibujar flores, y empezó a dibujar preciosas flores con sus colores.

Pero la maestra dijo: – Esperen, yo les enseñaré cómo, y dibujó una flor roja con un tallo verde. El pequeño miró la flor de la maestra y después miró la suya, a él le gustaba más su flor que la de la maestra, pero no dijo nada y comenzó a dibujar una flor roja con un tallo verde igual a la de su maestra.

Otro día cuando el pequeño niño entraba a su clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer algo con barro. ¡Qué bueno! pensó el niño, me gusta mucho el barro. Él podía hacer muchas cosas con el barro: serpientes y elefantes, ratones y muñecos, camiones y carros y comenzó a estirar su bola de barro.

Pero la maestra dijo: – Esperen, no es hora de comenzar y luego esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar un plato. ¡Qué bueno! pensó el niño. A mí me gusta mucho hacer platos y comenzó a construir platos de distintas formas y tamaños.

Pero la maestra dijo: -Esperen, yo les enseñaré cómo y ella les enseñó a todos cómo hacer un profundo plato. -Aquí tienen, dijo la maestra, ahora pueden comenzar. El pequeño niño miró el plato de la maestra y después miró el suyo. A él le gustaba más su plato, pero no dijo nada y comenzó a hacer uno igual al de su maestra.

Y muy pronto el pequeño niño aprendió a esperar y mirar, a hacer cosas iguales a las de su maestra y dejó de hacer cosas que surgían de sus propias ideas.

Ocurrió que un día, su familia, se mudó a otra casa y el pequeño comenzó a ir a otra escuela. En su primer día de clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno pensó el pequeño niño y esperó que la maestra le dijera qué hacer.

 

Pero la maestra no dijo nada, sólo caminaba dentro del salón. Cuando llegó hasta el pequeño niño ella dijo: ¿No quieres empezar tu dibujo? Sí, dijo el pequeño ¿Qué vamos a hacer? No sé hasta que tú no lo hagas, dijo la maestra. ¿Y cómo lo hago? – preguntó. Como tú quieras contestó. ¿Y de cualquier color? De cualquier color dijo la maestra. Si todos hacemos el mismo dibujo y usamos los mismos colores, ¿Cómo voy a saber cuál es cuál y quién lo hizo? Yo no sé, dijo el pequeño niño, y comenzó a dibujar una flor roja con el tallo verde.”