Los atletas difieren mucho en sus reacciones ante una derrota. Algunos pueden verse apenas afectados o pueden olvidar la pérdida casi de inmediato. Otros quedarán virtualmente devastados y pueden estar desanimados durante días. En la formación de jóvenes deportistas, si percibes que uno de ellos se siente deprimido después de una derrota, debes darle la oportunidad de sentir y expresar la emoción. Por ejemplo, si un joven llora después de perder, es una expresión realista de la profundidad de los sentimientos y debe aceptarse como tal. En un momento como este, el deportista necesita el apoyo de otras personas significativas, en lugar de una orden de “endurecerse“.
La derrota, el error o el fallo son más habituales en nuestra vida que las victorias o los éxitos. Hoy me apetece hablarte acerca de cómo se gestiona una derrota en el deporte y poder aplicarlo en tu día a día. Así que, si tienes mal perder o no sabes cómo actuar antes situaciones que se te complican, en este artículo vas a poder encontrar algunas de las claves que estabas esperando.
Aprender a perder
El deporte es un juego, inicialmente creado para divertirse y mantenerse en forma, sin embargo, en la élite este concepto se olvida fácilmente… Está claro que el deporte profesional es empresa y la presión por ganar está demasiado presente. No obstante, el deporte nos enseña grandes lecciones de vida:
- Trabajar en equipo.
- Aprender hábitos saludables.
- Superar desafíos.
- Controlar las emociones.
- Enorgullecerse de logros…
Cuando parece que ganar lo es todo, mantener la compostura no es tan sencillo. Tener una actitud normal y lidiar con el estrés que conlleva competir es una de las grandes claves para un rendimiento adecuado.
Por el contrario, si mi actitud no es adecuada, las situaciones críticas que van viniendo se convierten en episodios de ansiedad muy difíciles de controlar. Un consejo: Encuentra tu rol allá dónde estés y sé proactivo en tu desarrollo. Mejorar la actitud es una de las prioridades en el entrenamiento diario para cada uno de nosotros.
Verifica el nivel de estrés
Los deportistas, desde muy temprana edad, deben sobreponerse a situaciones extraordinarias para la edad que viven. Son muchos los ejemplos a los que debe enfrentarse un joven deportista para intentar tener una carrera profesional:
– La presión de su entrenador,
– la crítica del público y de la prensa,
– la tensión de los objetivos de su club,
– a rigidez horaria para mantener una vida saludable,
– una dieta adecuada para que su rendimiento no sufra,
– esforzarse cada día y poner su cuerpo al límite…
Competir siempre genera algo de estrés. En el deporte profesional cada día es un examen: No basta con cumplir, todos los equipos se entrenan por mejorar y los detalles marcarán la diferencia entre ganar (éxito) o perder (fracasar). Convivir con estrés, en el fondo nos ayuda a enfrentarnos a nuevos desafíos. No pretendo ser un sádico y pesar que con estrés se vive mejor, solamente quiero expresar que debemos tener objetivos y retos diarios y aprender a canalizar bien el estrés que ello conlleva… Tal y como los grandes deportistas.
Crucial para nuestro desarrollo integral es convertir cada día en una auténtica aventura llena de retos, sin olvidar satisfacer las rutinas que nunca pueden faltar en nuestra hoja de ruta diaria.
Algunas ideas para probar
Un estudio de la Universidad de Harvard reveló que el 47% de nuestro tiempo estamos en un estado inconsciente, es decir, sin darnos cuenta de lo que hacemos ni hacia dónde nos dirigimos, casi la mitad de nuestras vidas vamos con piloto automático sin contemplar las distintas posibilidades que nos ofrece la vida. Aquí dos simples propuestas para interrumpir esos momentos fatiga que nos paraliza tantas veces en nuestro viaje por la vida:
- Respiración profunda: respira profundamente y mantenlo durante unos 5 segundos, luego suéltalo lentamente. Esto lo podemos repetir al mensos cinco veces, después seguro que nuestro ánimo será más positivo y proactivo.
- Pensar positivamente, desarrollar un diálogo interno positivo: di “Aprendo de mis errores“, “Tengo el control de mis sentimientos“, “¡Puedo lograr esta meta!” Para ayudar a mantener alejados los pensamientos negativos.
EL ALPINISTA Y LA SOGA (JORGE BUCAY)
Había una vez un hombre que estaba escalando una montaña. Estaba haciendo un escalamiento bastante complicado, una montaña en un lugar donde se había producido una intensa nevada. Él había estado en un refugio esa noche y a la mañana siguiente la nieve había cubierto toda la montaña, lo cual hacía muy difícil la escalada. Pero no había querido volverse atrás, así que de todas maneras, con su propio esfuerzo y su coraje, siguió trepando y trepando, escalando por esta empinada montaña. Hasta que en un momento determinado, quizás por un mal cálculo, quizás porque la situación era verdaderamente difícil, puso el pico de la estaca para sostener su cuerda de seguridad y se soltó el enganche. El alpinista se desmoronó, empezó a caer a pico por la montaña golpeando salvajemente contra las piedras en medio de una cascada de nieve.
Pasó toda su vida por su cabeza y, cuando cerró los ojos esperando lo peor, sintió que una soga le pegaba en la cara. Sin llegar a pensar, de un manotazo instintivo se aferró a esa soga. Quizás la soga se había quedado colgada de alguna amarra… si así fuera, podría ser que aguantara el chicotazo y detuviera su caída.
Miró hacia arriba pero todo era la ventisca y la nieve cayendo sobre él. Cada segundo parecía un siglo en ese descenso acelerado e interminable. De repente la cuerda pegó el tirón y resistió. El alpinista no podía ver nada pero sabía que por el momento se había salvado. La nieve caía intensamente y él estaba allí, como clavado a su soga, con muchísimo frío, pero colgado de este pedazo de lino que había impedido que muriera estrellado contra el fondo de la hondonada entre las montañas.
Trató de mirar a su alrededor pero no había caso, no se veía nada. Gritó dos o tres veces, pero se dio cuenta de que nadie podía escucharlo. Su posibilidad de salvarse era infinitamente remota; aunque notaran su ausencia nadie podría subir a buscarlo antes de que parara la nevisca y, aun en ese momento, cómo sabrían que el alpinista estaba colgado de algún lugar del barranco.
Pensó que, si no hacía algo pronto, éste sería el fin de su vida.
Pero, ¿Qué hacer?
Pensó en escalar la cuerda hacia arriba para tratar de llegar al refugio, pero inmediatamente se dio cuenta de que eso era imposible. De pronto escuchó la voz. Una voz que venía desde su interior que le decía “suéltate”. Quizás era la voz de Dios, quizás la voz de la sabiduría interna, quizás la de algún espíritu maligno, quizás una alucinación… y sintió que la voz insistía “suéltate…suéltate”.
Pensó que soltarse significaba morirse en ese momento. Era la forma de parar el martirio. Pensó en la tentación de elegir la muerte para dejar de sufrir. Y como respuesta a la voz se aferró más fuerte todavía. Y la voz insistía “suéltate”, “no sufras más”, “es inútil este dolor, suéltate”. Y una vez más él se impuso aferrarse más fuerte aun, mientras conscientemente se decía que ninguna voz lo iba a convencer de soltar lo que sin lugar a dudas le había salvado la vida. La lucha siguió durante horas, pero el alpinista se mantuvo aferrado a lo que pensaba que era su única oportunidad.
Cuenta esta leyenda que a la mañana siguiente la patrulla de búsqueda y salvataje encontró un escalador casi muerto. Le quedaba apenas un hilito de vida. Algunos minutos más y el alpinista hubiera muerto congelado, paradójicamente aferrado a su soga… a menos de un metro del suelo.
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