Querer no siempre es poder. En una moda actual de posibilidades variadas, es ingenuo pensar en una vida apacible, sin que nuestros propósitos tambaleen. Al igual que las oportunidades, las dificultades están altamente presentes en cada proceso madurativo. Los obstáculos aparecen cada día, por mucho que seamos meticulosos en nuestra planificación, los imprevistos, las sorpresas o la falta de soluciones sencillas están cuando menos te lo esperas.

Por otro lado, están los líderes, esos “jefes modernos” que dicen rebosar de positivismo a sus equipos y que, en la mayoría de los casos, hacen adquirir a sus colaboradores comodidades para nada relacionadas con el desarrollo y restando en productividad.

El positivismo que tantas veces leemos, también, en redes sociales de gurús que nos convencen que todo lo que nos propongamos está en nuestras manos es un riesgo que puede dañarnos fuertemente: Creando falsas esperanzas y expectativas dudosas para vivir mejor… Y este sí que debería ser nuestro gran reto tanto para la vida, como para el trabajo.

Vivir mejor es aprovecharse todo los que nos rodea y, no precisamente para trabajar menos, sino para que todo tenga un mayor sentido, que todo tenga una finalidad espectacular un en nuestra forma de hacer las cosas.

A la sociedad le falta perseverancia, constancia y empeño. Hemos perdido seriedad en la manera de hacer las cosas, la falta de rigor no esta tan castigada y, aunque a veces, la tenacidad puede ser negativa para según qué resultados, una persona tenaz, considero que es aquella que también tiene una personalidad lo suficientemente fuerte para mejorar en su ámbito laboral y/o personal.

Defiendo la opción de no rendirse, de trabajar con coherencia… ¡De perseguir sueños! Ataco a aquellos que se mantienen estables en sus labores, que no luchan por una excelencia personal y que esperan premios simplemente por estar. Aquí viene la pregunta más difícil que todos nos tenemos que hacer y contestarla desde nuestra más verdadera sinceridad: ¿Qué hago yo realmente para cambiar algo?

El ser humano es muy grande y la vida, aún con muchas de las “guerras” que están abiertas en el mundo, nos ofrece unas posibilidades fantásticas, pero no lo confundamos con querer hacer siempre lo que quiero. ¡No es posible! En el planeta hay personas con más talento que otros, hay personas que han nacido en regiones con menos aspiraciones que en otras, hay golpes de suerte que te elevan o te defenestran… Lo que sí tenemos en nuestras manos es romper límites, muchos, seguramente impuestos desde la infancia y otros, sencillamente catalogados por falta de tenacidad.

 

EL ELEFANTE ENCADENADO (Jorge Bucay)

Había una vez un niño muy curioso, sensible e inquieto que fue al circo y se quedó maravillado al ver la actuación de un gigantesco elefante. En el transcurso de la función, el majestuoso animal hizo gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales… Durante el intermedio del espectáculo, el chaval se quedó todavía más sorprendido al ver que la enorme bestia permanecía atada a una pequeña estaca clavada en el suelo con una minúscula cadena que aprisionaba una de sus patas.

“¿Cómo puede ser que semejante elefante, capaz de arrancar un árbol de cuajo, sea preso de un insignificante pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros del suelo?”, se preguntó el niño para sus adentros. “Pudiendo liberarse con facilidad de esa cadena, ¿por qué no huye de ahí?”, siguió pensando el chaval en su fuero interno.

Finalmente, compartió sus pensamientos con su padre, a quién le preguntó: “¿Papá, por qué el elefante no se escapa?” Y el padre, sin darle demasiada importancia, le respondió: “Pues porque está amaestrado.” Aquella respuesta no fue suficiente para el niño. “¿Y entonces, por qué lo encadenan?”, insistió. El padre se encogió de hombros y, sin saber qué contestarle, le dijo: “Ni idea”. Seguidamente, le pidió a su hijo que le esperara sentado, que iba un momento al baño.

Nada más irse el padre, un anciano muy sabio que estaba junto a ellos, y que había escuchado toda su conversación, respondió al chaval su pregunta: “El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a esa misma estaca desde que era muy, muy, muy pequeño.” Seguidamente, el niño cerró los ojos y se imaginó al indefenso elefantito recién nacido sujeto a la estaca.

Mientras, el abuelo continuó con su explicación: “Estoy seguro de que el pequeño elefante intentó con todas sus fuerzas liberar su pierna de aquella cadena. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguió porque aquella estaca era demasiado dura y resistente para él.” Las palabras del anciano provocaron que el niño se imaginara al elefante durmiéndose cada noche de agotamiento y extenuación.

“Después de que el elefante intentará un día tras otro liberarse de aquella cadena sin conseguirlo”, continuó el anciano”, llegó un momento terrible en su historia: el día que se resignó a su destino.” Finalmente, el sabio miró al niño a los ojos y concluyó: “Ese enorme y poderoso elefante que tienes delante de ti no escapa porque cree que no puede. Todavía tiene grabado en su memoria la impotencia que sintió después de nacer. Y lo peor de todo es que no ha vuelto a cuestionar ese recuerdo. Jamás ha vuelto a poner a prueba su fuerza. Está tan resignado y se siente tan impotente que ya ni se lo plantea.”