“Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”, así de rotundo se mostraba Confucio en una de sus grandes citas célebres.
Ahora es momento de vueltas. El verano se va terminando y llega la hora de empezar de nuevo con muchas de nuestras rutinas y responsabilidades laborales. De la mano, en este momento, viene la depresión post-vacacional… No para todo el mundo es atractivo volver a su puesto de trabajo.
La depresión, cada día, sube en el ranking de enfermedades que padece la humanidad, ya no es un trastorno desconocido. Curiosamente, no hace mucho tiempo, para muchos altos cargos directivos o jefes no se trataba con el debido respeto. Ahora el liderazgo en las empresas empieza a tener especial sensibilidad con las irregularidades mentales ligadas a nuestra ajetreada actividad diaria.
Recuerdo y de forma muy potente, cuando yo tenía alrededor de 12 años… En uno de mis caminatas al colegio, coincidí parte del paseo con un señor mayor, vecino de mis alrededores y que me preguntó qué tal iba el colegio. Supongo que mis respuestas eran breves, sin embargo, recuerdo una pregunta en la que yo me explayé en la respuesta: ¿Qué te gustaría ser de mayor?
Mi memoria mantiene intacto aquella situación en la que aparece el yo actual viendo desde arriba al pequeño yo del pasado con una expresión facial exultante de alegría explicando a aquel señor, más bien desconocido, lo que soñaba ser de mayor.
De pequeño quería ser entrenador de baloncesto.
¿Qué cosas nos conmueven en nuestro día a día? El trabajo es una fuente de alegría importante, pero no puede eclipsar nuestra vida. No podemos caer en una mala dinámica porque el trabajo no me guste. Estés contento o no con tu trabajo, debemos buscar más opciones de emocionarnos. ¿Qué cosas podemos hacer para mantener la ilusión en nuestra vida?
Encontrar aquello que nos emocione de alguna manera hace que podamos funcionar mejor y nos empuje siempre hacia adelante cada día. Todos tenemos inquietudes, toca trabajar para avivarlas. Nuestro gran desafío es, por tanto, descubrir que nos impulsa desde nuestro interior, despertar nuestros sentimientos más íntimos… Esos que, a veces, nos dan tanto respeto y que, sin embargo, revelan lo que realmente somos y lo que verdaderamente nos gusta.
Conocerse a uno mismo es una asignatura que llevamos arrastrando desde las primeras clases de nuestra escolarización. Salvo que alguien nos diga lo contrario, vida no hay más que una y una clave para motivarnos cada día nos la dan los niños.
Un niño se emociona constantemente. ¡No quiero decir que llora!, quiero decir que desborda ilusión por los pequeños detalles que le van pasando, disfruta el momento sin tener en cuenta tanto el tiempo. Un niño juega cada vez que puede y no le da importancia a si llega tarde al colegio. Un niño ríe siempre que alguien le habla con una sonrisa. Un niño se impulsa cuando escucha a sus padres el plan que van a hacer esta tarde…
Posiblemente, muchas de nuestras respuestas para un bienestar general están en ese niño interior que todos tenemos dentro. ¿Te atreves a recordar aquella energía que te empujaba en tu infancia?
LOS NIÑOS ESTABAN SOLOS (JORGE BUCAY)
Su madre se había marchado por la mañana temprano y los había dejado al cuidado de Marina, una joven de dieciocho años a la que a veces contrataba por unas horas para hacerse cargo de ellos a cambio de un poco de dinero.
Desde que el padre había muerto, los tiempos eran demasiado duros como para arriesgar el trabajo faltando cada vez que la abuela enfermaba o se ausentaba de la ciudad.
Cuando el novio de la jovencita llamó para invitarla a un paseo en su coche nuevo, Marina no dudó demasiado. Después de todo, los niños estaban durmiendo como cada tarde, y no se despertarían hasta las cinco.
Apenas escuchó el claxon cogió su bolso y descolgó el teléfono fijo. Tomó la precaución de cerrar la puerta del cuarto y se guardó la llave en el bolsillo. Ella no quería arriesgarse a que Pancho se despertara y bajara las escaleras para buscarla, porque después de todo tenía solo seis años y en un descuido podía tropezar y lastimarse. Además, pensó, si eso sucediera, ¿Cómo le explicaría a su madre que el niño no la había encontrado?
Quizás fue el cortocircuito en el televisor encendido o en alguna de las luces de la sala, o tal vez una chispa del hogar de leña; el caso es que cuando las cortinas empezaron a arder el fuego rápidamente alcanzó la escalera de madera que conducía a los dormitorios.
La tos del bebé debido al humo que se filtraba por debajo de la puerta lo despertó. Sin pensar, Pancho saltó de la cama y forcejeó con el picaporte para abrir la puerta, pero no pudo.
De todos modos, si lo hubiera conseguido, él y su hermanito de meses hubieran sido devorados por las llamas en pocos minutos.
Pancho gritó llamando a Marina, pero nadie contestó su llamada de auxilio. Así que corrió el teléfono que había en el cuarto (él sabía cómo marcar el número de su mamá) pero no había línea.
Pancho se dio cuenta que debía sacar a su hermanito de allí. Intentó abrir la ventana que daba a la cornisa, pero era imposible para sus pequeñas manos destrabar el seguro y aunque lo hubiera conseguido aún debía soltar la malla de alambre que sus padres habían instalado como protección.
Cuando los bomberos terminaron de apagar el incendio, el tema de conversación de todos era el mismo:
“¿Cómo pudo ese niño tan pequeño romper la ventana y luego el enrejado con el perchero?”
“¿Cómo pudo cargar al bebé en la mochila?”
“¿Cómo pudo caminar por la cornisa con semejante peso y bajar por el árbol?”
“¿Cómo pudo salvar su vida y la de su hermano?”
El viejo jefe de bomberos, un hombre sabio y respetado, les dio la respuesta:
“Panchito estaba solo… No tenía a nadie que le dijera que no iba a poder”.
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