Quiero contaros lo que me ocurrió en uno de mis viajes y que me resulto tan curiosos que me hizo reflexionar. Partiendo lo importante que es la atención para el desarrollo de mi trabajo y la importancia de los detalles, donde la distracción está muy penalizada, esta anécdota cumple un proceso de enseñanza-aprendizaje importante.
Durante un paseo de esparcimiento y liberar, así, un poco mi mente de la presión que conlleva la competición, entré en una tienda de una gran marca de zapatillas. Mi atención se centró en las zapatillas para niños, además, con importantes descuentos. Observando la gran variedad de deportivas que había me fijé en un modelo concreto y mandé una foto a mi familia para que aprobarán si el gusto era mutuo y así poder comprarlas.
A los pocos minutos recibo el mensaje de vuelta, la misma fotografía, pero con un círculo dibujado en una zapatilla que estaba en un segundo plano… Al menos para mí. En una misma foto el concepto de lo percibido había sido diferente.
Al contemplar una imagen, el gusto junto con la emoción es el primer elemento a tener en cuenta, luego, más tarde, entra en juego el resto de conocimientos y de intereses. Así una misma foto, tiene millones de interpretaciones, el centro de atención puede que no sea el mismo entre unos y otros observadores.
¿Y si trasladamos esta idea al discurso? Mantener un nivel de escucha adecuado no está al servicio de todas las personas. Citando a Daniel Goleman, padre de la inteligencia emocional, la atención es un músculo que se debe entrenar, veo y presencio muchos tiempos muertos de baloncesto, recuerdo que un tiempo muerto se trata de ese escaso minuto de tiempo que los entrenadores en medio de la intensidad de un partido, tienen la misión de, mediante el discurso, activar y corregir aspectos del juego. Y siempre me genera la misma duda: ¿Cuánto del mensaje llega al jugador?
La sociedad está saturada de distracciones, el murmullo forma parte de nuestra rutina y no prestamos toda la atención necesaria para vivir mejor. ¿Cuántas veces necesitamos repetir preguntas? A veces, resulta molesto y estresante tener que repetir y repetir mensajes ya formulados. Los auriculares, por ejemplo, son una compañía que nos aísla en demasía del mundo real. Reconozco que la música nos puede ayudar a concentrarnos, sin embargo, hay que aprender a hacerlo adecuadamente. Desaprovechamos muchos instantes atractivos que nos regalan ciertos momentos por no estar atentos, por no estar presentes.
Por otro lado, está nuestro propio trabajo para saber utilizar mejor nuestro tiempo, por ejemplo, y puede ser tremendamente eficaz estar en buena condición física. Estar sin dolencias y con buena salud es sinónimo de buenas sensaciones. Todo irá más rodado y estaremos más abiertos a estar presente en las conversaciones que participemos. Aquí, incluyo sin ninguna duda el descanso. Tomarse un respiro es el entrenamiento más eficiente para el rendimiento. Programar las pausas, así como dormir bien tendrá resultados altamente positivos en nuestra actividad, directamente relacionada con estar concentrados cuando realmente lo necesitemos.
Entrenar la mente es un hábito que puede ser fácil de trabajar. Sería dar protagonismo unos pocos minutos de cada día a diferentes tareas que nos hagan estar abstraído con alguna ocupación entretenida: crucigramas, sudokus, juegos por bloques… Un entrenamiento subliminal, es decir nos divertimos y a la vez estamos ejercitando nuestro cerebro y nuestra atención. Si unimos a este ejercicio, disfrutarlo con alguna bebida que nos apetezca puede llegar a ser un momento altamente efectivo para llegar mucho mejor preparados a nuestro trabajo final.
Digamos que para todo lo anterior no todo el mundo va a estar listo. En ocasiones vamos a tener que comunicarnos o explicar algo a alguien que no se ha entrenado para estar atento… Entonces, ¿Qué podemos hacer nosotros? Pues saber elaborar un buen discurso. A continuación, te explico brevemente mis tres estrategias simples para captar la atención en tu oratoria:
- HABLA CON PASIÓN
Lo veo a menudo con los entrenadores, así como los grandes conferenciantes. Enseguida te enganchan con su discurso, por eso, si queremos despertar interés en el receptor necesitamos hacer un mensaje con un ritmo alto de locución e intensidad. De esta forma el destinatario entiende que lo que estamos explicando es sumamente importante.
Si nos expresamos de forma monótona y fría damos a entender que ni tan siquiera es importante para nosotros mismos, pues mucho menos para el que escucha.
- INTERACTUA CON EL RECEPTOR
Si realmente te preocupa lo que quieres trasmitir, necesitamos hacer partícipe al oyente. El discurso es bueno si llega. Grandes frases o palabras demasiado técnicas hacen que el destinatario desconecte rápido o incluso desconfíe de lo que percibe.
Mantener viva la escucha puede ser tan simple cómo elaborar preguntas cerradas durante la explicación o la conversación. Es una forma de tener en buena tensión a nuestro destinatario e incluso se atreva a opinar con alguna experiencia interesante para el aprendizaje de ambos. De esta manera, seguro, que más adelante podemos realizar preguntas más abiertas, porque nos hemos ganado su confianza.
- TERMINA CON EMOCIÓN
Como en las grandes actuaciones, deja para el final algo mágico que concluya por encandilar al receptor de tu mensaje. Que tu pasión no se venga abajo al final, todo lo contario, impresiona a tus oyentes con un final sorpresivo y que le haga realmente asimilar lo explicado.
Sube la motivación de tu recado con un desenlace en la oratoria que active enérgicamente con tu destinatario.
DEL LIBRO FOCUS (Daniel Goleman)
Nuestra atención se enfrenta de continuo a las distracciones, tanto internas como externas. ¿Pero cuál es el coste de estas distracciones?
Un ejecutivo de una empresa financiera me formuló, en este sentido, la siguiente reflexión: «Cuando, en medio de una reunión, me doy cuenta de que mi mente se ha desviado a otro lugar, me pregunto cuántas oportunidades se me habrán escapado».
Un médico amigo me cuenta que, para poder desempeñar adecuadamente su trabajo, sus pacientes están empezando a automedicarse con fármacos para el trastorno de déficit de atención o la narcolepsia. Y un abogado me dijo, en este mismo sentido: «Estoy seguro de que, si no los tomara, ni siquiera podría leer los contratos».
Hasta no hace mucho, los pacientes necesitaban una receta para poder conseguir esos medicamentos que han acabado convirtiéndose en potenciadores rutinarios. Cada vez son más los adolescentes que aparentan tener síntomas de déficit de atención para conseguir recetas de estimulantes, una ruta química a la atención.
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