Lo único que necesitamos para ser buenos entrenadores es la capacidad de asombrar. No es una frase mía, la he copiado del libro El mundo de Sofía y he puesto la palabra entrenadores por filósofos.
Tengo mucho cariño a ese libro, fue uno de los primeros libros que leí relacionados con la filosofía. Se presentó en mi vida siendo yo muy joven y es muy difícil de olvidar algunas de las preguntas trascendentales del libro: ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí?…
En mi trabajo la gran opción de cada día es la de mejorar y aprender. No quiero decir que en otros ámbitos no sea lo mismo, lo que si quiero enfatizar es que en el deporte el camino a la excelencia es un estado natural y, en ocasiones, se vive abstraído de la normalidad. Por eso es tan importante cómo aprender y cómo mejorar.
Un entrenador, un profesor o un líder tienen una responsabilidad directa sobre el desarrollo integral de su equipo o de su clase, muchas veces pensamos que la motivación individual basta para aprender… No es suficiente. Las personas dispuestas a cultivar la capacidad de asombrar cada día, animará a otros a apreciar más la vida y nos motivará para ser mejores personas.
“Un entrenador dispuesto a cultivar la capacidad de asombrar cada día, animará a los jugadores a apreciar más el entrenamiento y les motivará para ser mejores jugadores”.
A los profesores que más recordamos con el tiempo son aquellos que llamaban nuestra atención, había algo en sus clases, en su forma de explicar que hacía que nuestra motivación no bajase y sentíamos de manera formidable que no perdíamos el tiempo. En definitiva, sentíamos asombro.
Ya en mi época adulta, muy relacionada con el entrenamiento y repasando mi experiencia, el asombro es algo clave en la incidencia sobre los jugadores. Éstos han convertido de su hobby su trabajo, lo que supone que, a veces, la rutina absorbe y necesitan muchísimo que alguien les asombre. Se denomina capacidad de asombro a la facultad de las personas para sorprenderse ante lo nuevo y aprender de ello. Esta capacidad se vincula también a la adaptación de los individuos ante un entorno cambiante, ya que el asombro deriva de un cambio de las expectativas.
“Sentimos asombro cuando nos topamos con lo bueno a gran escala, cuando nos sentimos sobrecogidos por lo grandioso”. (Barbara Fredrickson)
Con la anterior explicación estamos describiendo la misión de un entrenador, de un líder o de un profesor. Recuerdo como en mis formaciones suelo aludir a la capacidad de impresionar diariamente a nuestros jugadores para tener el éxito que deseamos como entrenadores y suelo relacionar otras palabras tales como emocionar, conmover, afectar, excitar, deslumbrar, sorprender, sobrecoger, sobresaltar o alterar para esclarecer el término de impresionar o lo que hemos venido explicando desde el principio: Asombrar.
Las herramientas para asombrar las tengo muy claras: formación continua y preparación. Planificar cada día es anticiparse a los acontecimientos y poder estar listo para momentos de crisis. Volviendo al ejemplo de los profesores, a mí me encantaban las clases amenas y con ciertas prácticas que hacía que interiorizáramos mejor lo aprendido. En el deporte se hace mucho de esta forma, a veces trabajamos los mismos objetivos, pero con diferentes ejercicios, esto hace que el jugador no vea que siempre se hace lo mismo e incluso tenga la curiosidad por lo que se va a encontrar en cada sesión.
EL MAESTRO SUFÍ (Jorge Bucay)
Cierto maestro sufí contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían por completo el sentido de la misma.
– Maestro – le dijo en tono desafiante uno de ellos una tarde -, tú siempre que nos hablas nos cuentas los cuentos, pero no nos explicas nunca su significado más profundo.
– Pido perdón por haber realizado estas acciones que dices – se disculpó el maestro-, permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno.
– Gracias maestro.
– Quisiera, para agradecerte como verdaderamente te mereces, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?
– Sí, muchas gracias – se sorprendió el alumno, halagado por el gentil ofrecimiento que recibía del maestro.
– ¿Te gustaría mi querido alumno que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo a la hora de ingerirlo?
– Me encantaría, pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro.
– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte en todo lo que buenamente este en mi mano. Permíteme que también te lo mastique antes de dártelo.
– ¡No maestro, no me gustaría que hicieras eso! – se quejó sorprendido a la vez que contrariado el discípulo -.
El maestro hizo una pausa reflexiva al tiempo que interiorizaba y dijo:
– Si yo les explicara el sentido de cada cuento a mis alumnos, sería como darles a comer fruta masticada.
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