¡Despierta! Pensar en las casualidades no sirve, tenemos un amigo mejor a nuestro lado, honrado como pocos y, sin embargo, imperceptible: la causalidad.
El motivo que hoy me inquieta surge tras una conversación con una pareja amiga de nuestra familia. Primero le conocía a él, hace ya varios veranos, casado y visiblemente feliz. Como cada verano volvía a coincidir con él, pero esta vez me dice que se ha separado y me cuenta su versión. Sólo me limité a escuchar y a observar. Me percaté tras su mensaje los años de sufrimiento en silencio.
Tras unos meses de soledad me comenta que está empezando una posible nueva relación con la chica que fue si primera novia, curiosamente también separada. Este acercamiento se produce por el dolor de una muerte, un familiar muy cercano de ella fallece y mi amigo cree que debe hacerle una llamada de cortesía y acompañarle en el sentimiento.
Esta historia resumida que acabo de contar, cada verano me la recuerdan y siempre me hablan de la casualidad…
Así es, ahora están juntos. El primer amor se reencuentra años después para, de nuevo, juntarles con algunas novedades, pues cada uno tiene hijos con su anterior pareja.
Me mencionan siempre lo importante que fue para ellos la casualidad, “¡Las casualidades existen, David! ¡Vaya suerte hemos tenido! Me repiten continuamente.
Esto último me chirrió mucho… Queridos amigos, creo que en vuestro primer noviazgo estabais dormidos, no quitéis mérito a los fundamentos reales que os han hecho llegar hasta aquí.
Sí, una segunda oportunidad en forma de causalidad. Cuando algo se tuerce en nuestra vida, es momento de analizar y saber mirar más allá. Un fallo, un error, un fracaso es el inicio de una nueva fórmula, siempre y cuando estemos despiertos.
En muchas ocasiones las cosas no se presentan sin más sino hay que buscarlas. A veces, un estado de pereza o dejadez, nos distancia de lo que realmente queremos y no siempre viene la casualidad a darnos un regalo. Todo pasa por algo.
En ocasiones pienso en esas personas que termino conociendo, de otra edad, otra ciudad… y como de repente coincidimos en un momento vital. Por ejemplo, suelo preguntarme “Fíjate, cuando yo nací, este señor tenía 26 años, estaría trabajando, pasando un buen día o no…”
Así podríamos enumerar un montón de situaciones, tal es el caso, que el encuentro de nuestros abuelos fue el inicio de nuestra existencia. Nada es porque sí.
La “Teoría del Caos” o efecto mariposa, explica que: “Hechos y personas en un lugar del mundo pueden estar conectados y ejerciendo influencia sobre hechos aislados y personas lejanas. Pequeñas variaciones en dichas condiciones iniciales, pueden implicar grandes diferencias en el comportamiento futuro; complicando la predicción a largo plazo”.
La película El curioso caso de Benjamin Button (*), ha suscitado muchas veces mi atención. El siguiente relato de esta película me parece de especial interés para recapacitar de lo hasta ahora explicado:
“A veces estamos siendo golpeados y no sabemos por qué. Ya sea de manera accidental o por decisión propia, no hay nada que puedas hacer. Una mujer en París se iba de compras. Pero se olvidó del abrigo y regresó a buscarlo. Cuando cogió el abrigo, sonó el teléfono, se detuvo a contestar y hablo durante un par de minutos. Mientras la mujer hablaba por teléfono, Daisy ensayaba para una representación en la Opera de París. Y mientras ensayaba, la mujer que hablaba por teléfono salía a tomar un taxi. Un taxista que acababa de dejar un cliente, se detuvo a tomar un café. Y todo esto ocurría mientras Daisy ensayaba. Y el taxista que había dejado al cliente y se había detenido a tomar café, recogió a la mujer que iba de compras y había perdido el taxi anterior. El taxista tuvo que detenerse por un hombre que cruzaba la calle y que iba a trabajar cinco minutos más tarde de lo habitual, porque había olvidado ponerse el despertador. Mientras ese hombre que llegaba tarde al trabajo cruzaba la calle, Daisy había terminado su ensayo y tomaba una ducha. Mientras Daisy se bañaba, y el taxista esperaba delante de una tienda a que la mujer recogiera un paquete que no estaba envuelto aún, porque la chica que se suponía debía hacerlo, había discutido con su novio la noche anterior y se olvidó. El paquete fue envuelto y la mujer regreso al taxi que fue bloqueado por un camión de entrega mientras que Daisy se vestía. El camión de entrega salió y el taxi pudo moverse mientras Daisy, la última en vestirse, esperaba a una de sus amigas a la que se le había roto un cordón de su zapato. Mientras, el taxi se detuvo por la luz roja de un semáforo. Daisy y su amiga salían por detrás del teatro”.
“Si solo una cosa hubiera sucedido de forma diferente. Si el cordón no se hubiera roto. O el camión de entrega se hubiera movido antes. O el paquete ya hubiera estado envuelto porque la chica no hubiera roto con su novio. O el hombre hubiera puesto el despertador y salido cinco minutos antes. O si el taxista no se hubiera detenido a tomar un café. O si la mujer hubiera recordado coger el abrigo al salir y hubiera tomado el primer taxi. Daisy y su amiga habrían cruzado la calle, y el taxi hubiera pasado al lado de ellas. Pero siendo la vida como es, una serie de imprevistos incidentes te alcanzan, y sin el control de nadie, ese taxi no pasó al lado de ellas, si no que el taxista se distrajo un momento antes. Y el taxi atropello a Daisy”.
Para terminar, os presento un cuento de perseverancia, de casualidad o de causalidad… Es tu momento, para que esta metáfora de Jorge Bucay te ayude a mejorar, una fábula de perseverancia, casualidad… causalidad, todo sucede por algo, sólo tenemos que darle sentido y no rendirnos.
LAS RANITAS EN LA NATA (Jorge Bucay)
Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata.
Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; solo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a la superficie y respirar.
Una de ellas dijo en voz alta: “No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril”.
Dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco.
La otra rana, más persistente o quizá más tozuda, se dijo: “¡No hay manera! Nada se puede hacer por avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora”.
Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas.
Y de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en mantequilla.
En clave subjetiva:
Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente.
¿Cuál será la posible causa por la que las dos ranas llegan a caer en el recipiente con nata?
¿Qué actitud habrías adoptado tú?
¿En qué medida consideras que algunas acciones son más insignificantes que otras?
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