El baloncesto es un juego de errores, entre otras muchas cosas, pero lo que más predomina es el desacierto. Un buen tirador de tiros de tres puntos puede rondar por el 40% de acierto, es decir, necesita diez tiros para lograr cuatro… Y así, podría seguir enumerando otras facetas. Sin extenderme más en datos muchos son los entrenadores que se alegran cuando las pérdidas de balón de su equipo no superan las doce, es decir cuatro veces por cada cuarto jugado que al menos en cuatro ocasiones no se ha conseguido llevar el balón al sitio deseado.

Me decía el otro día un experto en el mundo de la empresa lo duro que se pagan los “fallos” en las compañías. El líder llega a penalizar muy duramente la equivocación de su empleado o colaborador. En el baloncesto, deporte que más conozco, el error sirve en muchos casos como una herramienta para aprender y evolucionar como jugador y como equipo.

Muy duro tiene que ser para un trabajador corriente llegar a su puesto de trabajo sabiendo que un posible fallo suyo tendrá una severa penalización. Poniéndome en el lugar de esa hipotética persona, ante tal dirección, lo normal es que “patine” mucho más en sus tareas debido a esa incertidumbre que le trasmite su responsable directo. En esta misma línea, se dice que este tipo de liderazgo viene heredado del ejército, con jerarquías muy marcadas.

En un equipo de baloncesto existen también, los escalafones que antes comentábamos, curiosamente en esos niveles el líder no es el que más dinero recibe, esto todavía en el mundo empresarial no me parece que este ni mucho menos normalizado. Sin embargo, en los dos sectores el objetivo inicial es bien claro, formar un equipo que trabaje unido sea cual sea la dedicación que tenga cada trabajador.

La dificultad de liderar, de ejercer de referente para el resto no es tan sencillo. Que te nombren jefe no significa que serás respetado por es simple hecho del puesto que ocupas, para que un jefe sea reconocido como un verdadero líder necesita que su actuación sea vista por todos sus colaboradores, en muchos casos ser uno más empujando para que la productividad tenga el éxito que la empresa necesita.

La confianza es clave en todo este marco. Si anteriormente mencionaba lo agotador que puede ser el día a día de un trabajador con un líder que marque mucho las categorías y que sancione duramente el error, vamos a imaginar como funcionan los grandes equipos de baloncesto: Juegan con confianza. En esto último mucha culpa la tiene el entrenador, capaz de generar la confianza en cada uno de sus jugadores, sabiendo que su mejor tirador de tres puntos, fallará un tiro forma porque parte del juego.

De nada servirá si ese entrenador crea inseguridad en su mejor tirador, pues le está invitando a fracasar.

Creo que gestionar el error en nuestras vidas es más sencillo de lo que creemos. Tenemos a unas personas muy cerca de nosotros que cada día nos trasmiten como salir delante de cada situación: Los niños.

¿Cuántas veces nos hemos caído en el intento de aprender a caminar? Muchísimas veces y nunca desistíamos por ello. De adultos, nos rendimos más pronto y lo que es peor, apuntamos enseguida al prójimo o al compañero juzgando sus actos.

Para no perder el sentido de equipo en nuestra vida estaría bien recuperar parte de nuestras vivencias en los primeros años de nuestras vidas… Y, si de ti depende un equipo, intenta también sacar conclusiones de estos siguientes cuatro puntos:

 

  1. Probar cosas nuevas.

Los pequeños exploran en cada momento experiencias nuevas. No nos puede invadir el miedo en nuestra jornada, muchos de los grandes éxitos de la historia han surgido por no desistir en el intento. Es posible que podamos crear nuevos métodos útiles para nuestras responsabilidades diarias.

  

  1. Tener curiosidad.

Según pasan los años, muchos de nosotros estudiamos para conseguir un trabajo y fin de la historia. Perdemos parte de la curiosidad que nos podría convertir en seres super poderosos. Es cierto que terminamos muy cansados después de una jornada laboral, pero la oferta de cultura y la posibilidad de seguir aprendiendo en diferentes cursos o conferencias está muy presente en las ciudades y estaría genial aprovechar de vez en cuando en seguir formándonos e invertir en nosotros mismos.

 

  1. Cambiar las formas de hacer las cosas.

Estar en un parque infantil da muchas pistas sobre este punto. Vemos como los más pequeños inventan nuevas formas de utilizar el columpio, suben por sitios diferentes y añaden nuevas formas de juego con el mismo escenario. Añadamos una parte de nosotros a las tareas que vamos a realizar, dar un toque personal a nuestro trabajo puede ser una combinación genial en la productividad final.

 

  1. Huir de la monotonía.

Todo lo anterior nos deriva a la diversión. Lo peor para el ser humano es estar en un estado moderado y cohibido. Muchas veces el problema de la monotonía es tener demasiadas cosas al nuestro alcance. No obstante, vamos a darle brillo a nuestros días dándonos caprichos sencillos o ayudando a otros a que su día sea mejor.

 

NO DEJES QUE EL MIEDO TE QUITE LA LIBERTAD  (JORGE BUCAY)

Hace mucho tiempo en un lugar muy lejos de aquí se estaba librando una guerra muy violenta. En ese país había un rey que era temido por todo el mundo.

Cuando cogía algún prisionero, tenía una manera muy curiosa de castigarlos. Los llevaba en medio de una sala, donde había arqueros en un lado y otro. En frente, sólo había una puerta de hierro inmensa con unas figuras de cadáveres grabadas, cubiertas de sangre.

Una vez en la sala, el rey les decía que tenían dos opciones: morir por las flechas de sus arqueros, que los apuntaban en todo momento, o atreverse a cruzar esa puerta de hierro. El rey siempre añadía: tras esa puerta os estaré esperando yo.

Al final, todos los prisioneros escogían la misma opción: morir en manos de los arqueros. A todos les daba miedo conocer lo que se escondía detrás de la puerta de hierro y acababan escogiendo las flechas.

Pasó el tiempo y, cuando la guerra ya había acabado, uno de los arqueros del rey sintió mucha curiosidad por saber qué había detrás de la puerta, cuál era el destino que les esperaba. Un día, se acercó al rey y le preguntó:

-Alteza, ¿puedo preguntarle algo?

-Claro, arquero. Dime.

-Alteza, ¿Qué hay detrás de la puerta?

-Compruébalo tú mismo- le contestó el rey.

El soldado, con mucho miedo, se acercó hasta la gran puerta de hierro y la abrió poco a poco. A medida que iba abriendo la puerta, iba viendo como los rayos de sol se abrían paso. Cuando ya la abrió del todo, se sorprendió muchísimo. Detrás de la puerta había un largo camino que se alejaba de la fortaleza.

El rey se acercó a él y le dijo: detrás de la puerta había la libertad. Yo les dejaba elegir entre la muerte y la libertad, pero ninguno se atrevió a abrir la puerta y correr el riesgo de no saber qué había detrás. El miedo a veces nos impide arriesgarnos y apostar por los caminos más correctos de la vida.