¡Tranquilos! No voy a inundaros con mil y un ideas, tan sólo enumeraré diez.

Simplemente me ha gustado la idea retórica de usar este título refiriéndome a LAS MIL Y UNA NOCHES – célebre recopilación medieval de cuentos tradicionales del Oriente Medio –

 

Estamos en pleno verano y para la actual sociedad se presenta con cierta incertidumbre, muchos de nosotros con dudas de qué hacer, cómo aprovechar las vacaciones… la sombra del coronavirus (covid-19) es alargada y no se ha ido. En la mente de todos está la frase de “tenemos que convivir con este virus” y por otro lado está el miedo a exponerse a situaciones de contagio.

No pretendo en estas líneas cargarme el turismo, ¡Dios me libre! Lo que quiero trasmitir es que disfrutemos un poco más de nuestro tiempo, que lo valoremos de verdad y que seamos conscientes que es nuestro tesoro más preciado. Tengamos o no vacaciones, son meses con algo más de tiempo, con más horas de sol y buen clima y eso anima.

A continuación, voy a listar diez placeres bastante económicos (no todo tiene que ser dinero) para disfrutar mejor de nuestro tiempo y a la vez, que nos haga sentirnos con un brillo especial. Levantarnos cada día con una nueva ilusión. El listado podría ser mayor, he querido centrarme en aquellas actividades que nos ayudarán a sentirnos mucho mejor con nosotros mismos, sin esa sensación de terminar los días perdiendo el tiempo.

1. ¿Qué te parece andar descalzo? Puede ser un planazo. Conectar contigo mismo con un paseo sobre la orilla del mar o sobre hierba, por las aguas de un río… Con compañía o no, esta experiencia nos enriquecerá en lo más profundo de nuestro interior.

2. Regálate una película. ¿Y una serie? Pues te respondería que no. Deja las series para la romper la rutina diaria de los días más fríos y con más estrés. Ahora en verano elije esa película especial y monta un programa diferente alrededor de ella. Te toca decidir si quieres compañía o no. Lo más importante, disfruta de tu tiempo.

3. ¿Qué tal un capricho? No me refiero sólo a salir de compras. Por capricho me refiero a comprarse un libro, tomarse un café o adquirir un nuevo bolígrafo. En definitiva, darte un gustazo porque te lo mereces y te lo has ganado.

4. Haz un regalo. Sorprende a alguien con un pequeño detalle. Seguro que dejará de ser minúsculo y se convertirá en un gran momento para los dos, la emoción de la compra y el disfrute de la ofrenda estará lleno de emociones… y de paso, comparte un paseo o una bebida tranquilamente.

5. Regala un halago. ¿Cuántas veces nos llegan cosas positivas? Todos tenemos algo bueno, vamos a sorprender un día diciendo a alguien lo importante que es para nosotros o lo bien que hace alguna cosa. Nos unirá más, nos reforzará más, y lo más importante: no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy, mañana puede ser tarde.

6. ¡Colorea! Hace poco tiempo descubrí lo relajante que es y lo bien que me hace el colorear mandalas. Para mí supuso una gran experiencia disfrutar, no sólo de la actividad en sí, sino, de la compra de las pinturas, elección de mandalas… Además, a esta actividad podemos añadir escuchar música relajante; un gran momento para disfrutar de nuestra compañía.

7. La siguiente propuesta me parece extraordinaria. Cultivar una planta u hortaliza. Además de conectar con una responsabilidad sencilla puede traducirse en poder comer un día unas lechugas o tomatitos “criados” con nuestros cuidados. Hoy en día hay muchos métodos para generar ciertos cultivos, aún, sin disponer de mucho espacio.

8. Celebra una reunión de amigos. Alrededor de una comida casera u organizando una sobremesa. Crear un día especial juntando a varios de nuestras personas queridas son momentos especiales que se recordarán en otras muchas ocasiones.  Una gran alternativa es disfrutar de un día con la familia más íntima.

9. Un masaje. Programar una cita en un spa o con un masajista supone una motivación extra para ese día. Conseguir por unos minutos sentirte una persona importante es el gran placer que te mereces. En un modo más económico, prepárate un baño relajante en casa.

10. No podía faltar hacer deporte. Por mucha pereza que tengamos y por muy mal estado de forma que tengamos, es muy gratificante poder cumplir el tiempo que estimemos con alguna actividad física, el tiempo de duración es lo de menos. Lo más importante: ponerse a ello.

Terminado este decálogo del placer, espero haber pinchando en tu mente nuevas ideas de actuación para que tus días sean auténticas aventuras y deseando que llegues a las mil y una ideas os presento el siguiente cuento que trata de la importancia del tiempo.

Lo imposible – bailando con la arquitectura

 

UNA JOYA ÚNICA

 

Cruzando el desierto, un viajero inglés vio a un árabe muy pensativo, sentado al pie de una palmera. A poca distancia reposaban sus camellos, pesadamente cargados, por lo que el viajero comprendió que se trataba de un mercader de objetos de valor, que iba a vender sus joyas, perfumes y tapices, a alguna ciudad vecina.

Como hacía mucho tiempo que no conversaba con alguien, se aproximó al pensativo mercader, diciéndole:

– Buen amigo, ¡salud!… pareces muy preocupado. ¿Puedo ayudarte en algo?

– ¡Ay! – respondió el árabe con tristeza. Estoy muy afligido porque acabo de perder la más preciosa de las joyas.

– ¡Bah! – respondió el inglés.  La pérdida de una joya no debe ser gran cosa para ti, que llevas tesoros sobre tus camellos, y te será fácil reponerla.

– ¡¿Reponerla?!… ¡¿Reponerla?! – exclamó el árabe. Bien se ve que no conoces el valor de mi pérdida.

– ¿Qué joya es, pues? – preguntó el viajero.

– Era una joya, como no volverá a hacerse otra. Estaba tallada en un pedazo de piedra de la Vida y había sido hecha en el taller del Tiempo. Adornada con veinticuatro brillantes, alrededor de los cuales se agrupaban sesenta más pequeños. Ya ves que tengo razón al decir que joya igual no podrá reproducirse jamás.

– Tu joya debía ser preciosa – dijo el inglés. Pero, ¿no crees que con mucho dinero pueda hacerse otra igual?

La joya perdida – dijo el árabe volviendo a quedar pensativo – era un día. Y un día que se pierde… no vuelve a encontrarse.

FUENTE: El pescador de mentes (Christian de Selys)