Año 2000. Tras terminar una gran experiencia en el baloncesto en silla de ruedas que, sin apenas experiencia como entrenador, la valentía de Julio Roca, presidente de aquel club, dio  origen al profesional que soy ahora. Por aquella época entrenaba a un equipo de jóvenes-veteranos que habían saboreado estar en sus años de formación en la cantera referente de la ciudad. Supuso una gran oportunidad para mi futura carrera como entrenador de baloncesto, paradójicamente, el entrenador, un servidor, era de los más jóvenes de aquel equipo. Tengo mucho que agradecer a Luis Izaga, presidente y el que me dio la oportunidad de entrenar en un momento delicado para mí y para el mismo club, pues las derrotas nos estaban inundando y el único objetivo era poder permanecer en la misma categoría otra temporada más.

Puedo decir que el objetivo se cumplió, pero no es lo importante para lo que hoy quiero transmitir.

En mi recuerdo de aquellas dos temporadas al frente de ese equipo empieza mi acercamiento al coaching. Debo confesar que ni sabía de su existencia y que ni mucho menos conocía el término. Desconozco el por qué comencé esta costumbre, pero en muchas charlas con el equipo utilizaba algún fragmento de algún libro que leía en alto para intentar motivar al equipo. Con este método que utilizaba, se me ocurrió dar cada viernes (último día de entrenamientos antes del partido) un extracto o alguna noticia que nos hiciera pensar y centrarnos un poco mejor en el partido del fin de semana. Hoy en día esto sería coaching….

Esta semana, con algo más de tiempo en calendario, he podido recuperar varios de esos “papeles” que entregaba y curiosamente quiero compartir con vosotros uno en particular. Se trata de un relato que Erich Fromm desarrolla en su libro EL ARTE DE AMAR. Ya me habéis leído en varias ocasiones por aquí que la sociedad nos secuestra por momentos y nos convertimos en seres guiados por un “piloto automático”. Lo que yo quería transmitir a aquel equipo era la importancia de hacer las cosas, que no basta con estar, que también hay que dar cariño a nuestros actos, mimar nuestras acciones… En definitiva, estar concentrado en lo que queremos hacer en cada momento.

 

Debe practicarse con regularidad y mucha disciplina la concentración y la meditación. Hay que interrumpir una vida afectada constantemente por miles y miles de impresiones y estímulos, para experimentar el estar consigo mismo en tranquilidad y silencio. La concentración es cosa que se ve poco en la actualidad. La gente está distraída. Escuchan la radio y al mismo tiempo, charlan y quién sabe qué más. Se hacen tres cosas a la ve. E incluso escuchando una conversación, vemos a menudo que le falta esta cualidad, la concentración.

Pues bien, aprender a concentrarse, a estar concentrado en todo lo que uno haga, es condición para cualquier tipo de éxito en cualquier terreno. Puede decirse, sin duda, que cualquier logro, el ser un buen carpintero, o un buen cocinero, o buen filósofo, o un buen médico, o sólo el de estar bien vivo, depende enteramente de esta primera condición, de la capacidad de concentrarse verdaderamente. Lo cual quiere decir no tener en la cabeza nada más que lo que se está haciendo en el momento. Que casi se olvide lo demás. Es también lo esencial de una conversación sobre cualquier cosa de la que valga la pena hablar con otra persona.

La naturaleza, en cierto modo, nos ha dado un ejemplo, porque el acto sexual es imposible sin un mínimo de concentración. No podría realizar satisfactoriamente el acto sexual quien al mismo tiempo estuviese pensando en la Bolsa, en sus acciones, o en cualquier otra cosa. Pero esto es sólo una señal que nos ha dado la naturaleza, aunque la mayoría de personas no la hayan visto y, en sus relaciones, no estén concentradas.

 

Para terminar, me gustaría hacer hincapié en tres puntos que me parecen realmente potentes para “cultivar” la concentración. No todo tiene que ser estar serio y totalmente concentrado en las horas de trabajo. Según el neurólogo y psiquiatra Srini Pillay disponemos de algunas herramientas para adiestrar nuestra forma de concentrarse para ser altamente productivos durante una jornada laboral:

 

  1. Deja que tu cerebro se vaya por las ramas

En el ajetreado mundo laboral en que vivimos es difícil dejar que nuestro cerebro se enrede en pensamientos que nada tienen que ver con lo que estamos haciendo, sin embargo, crear espacios para pensar, como por ejemplo pasear al perro o pasear, puede ayudarnos a soñar despiertos y recuperar energía y ser creativos.

  1. Encuentra las distracciones adecuadas

Las redes sociales o navegar por internet sin sentido por tiendas “online” son distracciones que aparecen durante la jornada laboral. Internet no libera nuestro cerebro para tener pensamientos creativos. Por el contrario, hacer garabatos en un papel conecta con nuestro subconsciente, en mi caso me he aficionado a pintar mandalas, permitiéndonos después estar más receptivos a retener información y mejorar nuestra memoria.

  1. Reconoce las distracciones inconscientes

Pensar si nos llegará el dinero es una de esas distracciones inconscientes a las que se refiere Pillay, todos damos vueltas y vueltas a pensamientos que se convierten en distracciones poco saludables y que seguramente ni pasen. Para ello es importante ser consciente de ese tipo de distracciones para apartar un tiempo para pensar en ellas y permitir que tu cerebro encuentre soluciones a esos miedos inconscientes, en lugar de que aparezcan en momentos inoportunos.