Napoleón definió la música como “el menos molesto de todos los ruidos“. He de confesar el impacto que supuso en mí este militar francés en las clases de historia del colegio. Estamos ante la sociedad del ruido, estar concentrado está al alcance de muy pocos. Oímos constantemente, nos rodea una gran variedad de sonidos, pero ¿Escuchamos?

Caminamos con ruido, unos distraídos por el alboroto que no cesa en la ciudad… Otros, abstraídos transitan entre los quehaceres… Y entre tanto, la diversidad se adueña de la concentración de cada uno de nosotros. Hay dificultad para reaccionar a simples órdenes. Independientemente de la capacidad de cada uno, hay propuestas que simplemente con concentración pueden realizarse.

Escuchar implica atención, comprensión y esfuerzo, estamos afirmando, por tanto, que es una actitud voluntaria. Saber escuchar es el proceso fundamental para una comunicación eficaz. En el baloncesto, el tiempo muerto es clave para el devenir del partido. Este anécdota nos sirve para reforzar la importancia de saber estar concentrado en ciertos momentos. Hay pabellones de juego abarrotados de gente, de chillidos del los fans, de tensión… Suena complicado creerse que las órdenes de los entrenadores son percibidas por los jugadores con un mínimo de comprensión. Es solo un ejemplo para entender de la dificultad para ser efectivos cada vez que lo necesitemos.

“Hablar es una necesidad, escuchar es un arte”

Goethe

Es fundamental un estado de atención, que seguramente lo tenga que proporcionar el líder, en un ámbito laboral, para la consecución del éxito. Tenemos que entrenar nuestra escucha.  Las relaciones efectivas surgen por una convivencia sana, sin fronteras lingüísticas. En definitiva, si el mensaje no llega, complicado se presenta un desenlace feliz.

Se ha creado una sociedad inmersa en un intenso tumulto. Los peatones con auriculares o conductores enfrascados con el volumen de la radio de sus coches, el ruido de la ciudad con cientos de obras y tráfico ha supuesto el fin de la observación humana, para nada disfrutamos del “viaje” diario. Nos cuesta saborear lo que nos rodea: el verde de un jardín, un árbol en plena flor, la alegría de algún tendero…

Como consecuencia la optimización de nuestros esfuerzos se queda debilitada. Hemos perdido el valor del trabajo bien hecho, que no es más que el estar centrado cuando realmente lo necesito, sin embargo, no está claro que la actual sociedad focalice en el esmero.

Es una pena encontrarse a empleados con un tímido poder de acción, aquello de dar un “plus” ha pasado a una mejor vida, ahora nos tenemos que conformar porque los trabajadores, sea cual sea su rol, no se fatiguen antes de tiempo. Y para mí, lo que pasa en el trabajo lo considero de una gran importancia moral.

Y, ¿Cómo podemos hacer para convertirnos en seres aplicados? Pues posiblemente estando motivados. Cuando algo nos interesa nuestros sentidos están al ciento por ciento de su capacidad. Hablar por hablar, o gritar siempre, hace que los demás pierdan interés en nuestras palabras. Propongo hablar poco y prestar atención por el otro, escuchar es una herramienta muy poderosa.

Esto tiene una denominación: La escucha activa.

“Escucha, serás sabio. El comienzo de la sabiduría es el silencio”.

Pitágoras

La escucha activa es estar totalmente concentrados en el mensaje que el otro individuo intenta comunicar. No es escuchar de manera pasiva, es llegar a un estado de empatía y poder sacar en claro los sentimientos que subyacen de esa comunicación. El contacto visual es otro de los aspectos claves, esto, aparte de mostrar interés, puede ser sinónimo de comportamiento sincero. Por tanto, la educación de la escucha (activa) es la asignatura pendiente que tenemos ahora mismo en nuestra aventura de la vida. Puede cambiar nuestras relaciones y, sobre todo, el convertirnos en grandes productores de nuestro tiempo.

 

La fábula del herrero

“El herrero del pueblo contrató a un aprendiz dispuesto a trabajar duro por poco dinero. El muchacho era joven, alto y muy fuerte, aunque un poco despistado. Era obediente y hacía las tareas que le encomendaban, pero se equivocaba a menudo y tenía que repetirlas porque prestaba muy poca atención a las instrucciones que el herrero le daba.

Al herrero esto le molestaba un poco, pero pensaba: ‘Lo que yo quiero no es que me escuche cuando le doy una explicación, sino que acabe haciendo el trabajo y que me cueste muy poco dinero’.

Un día, el herrero dijo al muchacho: ‘Cuando yo saque la pieza del fuego, la pondré sobre el yunque; y cuando te haga una señal con la cabeza, golpéala con todas tus fuerzas con el martillo’.

El muchacho se limitó a hacer exactamente lo que había entendido, lo que creía que el herrero le había dicho. Y ese día el pueblo se quedó sin herrero, fallecido por accidente a causa de un espectacular martillazo en la cabeza…”.

Es lo que tiene oír sin escuchar. si escuchásemos más ¿Cómo cambiaría nuestras vidas, ¿Cómo cambiaría tu vida?