Del amor al odio, o del juego al odio, expresión que podemos aplicar a muchos deportistas de élite. En las pasadas olimpiadas ya pudimos corroborar todo el mundo las dificultades que parecen que tienen los atletas y jugadores de élite para ser felices. Cuando digo todo el mundo es porque los que nos dedicamos al deporte profesional vemos como muchos de estos deportistas no consiguen sacar todo el potencial que se presuponía y terminan por abandonar lo que amaban desde muy pequeños.

Ya sabemos que la línea del amor al odio es muy fina, yo diría que todos la hemos experimentado alguna vez, bien es cierto que no siempre para renunciar definitivamente a algo…

Es muy importante no perder las ganas o la ilusión en las tareas diarias, si nos ponemos a pensar tenemos infinidad de ellas: ducharse, lavarse los dientes, hacer la cama, hacer el desayuno, fregar… Todas son rutinas que nos pueden acabar absorbiendo y decaer tanto nuestra energía que podamos perder la motivación en la vida.

Deambular por la vida sin motivación es un enorme castigo que no nos podemos permitir y sencillamente, no lo merecemos. Así lo compruebo en la vida del deportista de élite y es ahí dónde no debemos caer en esas rutinas que tienen una connotación negativa, porque lo que quiero aclarar es que hay ciertas rutinas que necesitamos mantener en la vida o en el trabajo para ser eficientes.

Hay algunas actividades que las hacemos una y otra vez a diario y que no tienen mucho margen de cambio, no pasa nada, puede ser que sean rutinas para mantener nuestro rigor, muy necesario para sostener nuestro orden en la vida o en el trabajo. También hay otras rutinas que podemos modificarlas un poquito y de esta forma alimentar continuamente nuestra motivación.

Cuando empecé a formarme como entrenador de baloncesto, recuerdo como en las primeras clases nos decían la importancia que, aunque entrenemos siempre un mismo concepto hacerlo de forma distinta y con ejercicios diferentes… Y esto es la vida, Pasan los días y no cambiamos el método de hacer o de llegar a nuestra misión cotidiana, nos dejamos llevar por los días y así hasta llegar al fin de semana, a tener vacaciones… Y apenas disfrutamos de la variedad que nos ofrece cada día que amanece.

Volviendo a aquello que me dijeron en mis años de entrenador novato, eso de no repetir siempre lo mismo y con los mismos ejercicios, lo que podríamos hacer es alimentar a la vida con pequeñas cosas, sería tener un plan anti-rutina con el fin de mantener viva la motivación diaria. Me gusta mucho la idea de sorprender, hay entrenadores que en ocasiones empiezan los entrenamientos con un juego, lo cual provoca un ambiente diferente para comenzar y se originan más sonrisas y ver, de esta forma, el entrenamiento desde una visión más cómoda y con menos presión. Así, por ejemplo, preparar por sorpresa una comida o cena en casa con el plato preferido puede suponer una inyección de energía muy potente para no decaer en la rutina.

Animar puede llegar a ser una herramienta muy valiosa. Una vez más nos sirve de ejemplo los entrenadores. Implicados desde la banda animando y apoyando decisiones que se van tomando en plena acción del juego. Si llevamos esta simple acción a la vida, imaginaros que fuerza daríamos si animamos a nuestros amigos o seres queridos en los quehaceres diarios. También podemos animar y animarnos a realizar aquellos planes que siempre hemos querido y que por alguna u otra razón vamos aplazando… Postergar ideas, proyectos viajes nos es más que fomentar la rutina con matices negativos.

Se me ocurre también como en citas muy importantes, algunos entrenadores “regalan” a su equipo un día diferente, por ejemplo, una visita sorpresa, un vídeo motivacional o un obsequio material que ocasiona un “chute” de felicidad. Trasladar estas últimas ideas a la vida puede ser muy satisfactorio, así podemos pensar en programar una visita a algún sitio que nos apetezca o terminar un día preparando un cóctel en casa para disfrutar con algo poco habitual.

 

Estos han sido sólo varios ejemplos, se me ocurren otras estrategias anti-rutina y otras más que invito a que podáis componer para no caer en la pereza…

 

 

 

REFLEXIÓN DE EDUARDO INFANTE, PROFESOR DE FILOSOFÍA

Es una anécdota que a mí me marcó y me cambió realmente mi manera de dar clase y quizá también mi vida. 

Yo era un joven profesor, muy novato, era mi primer año dando clase. Y lo recuerdo como si fuera hoy. Me encontraba explicando la ‘Metafísica’ de Aristóteles a un grupo de alumnos de segundo de bachillerato. 

Ellos tenían el libro de texto abierto sobre sus pupitres. Iban tomando nota de todo lo que yo iba escribiendo en la pizarra, pero había una chica sentada al fondo de la clase que tenía su libro cerrado, que no tomaba notas y que se distraía mirando por la ventana, una ventana que daba a la calle y yo me iba poniendo cada vez más nervioso, hasta el punto de que dejé la tiza encima de mi mesa y me fui acercando hacia ella y con mucha ironía, quizás un poco de sarcasmo, fruto de mi miedo, le pregunté qué era eso tan interesante que había al otro lado de la ventana y que si sería más importante que el examen de Filosofía que teníamos la semana siguiente. 

Y la chica me respondió, me dijo dos palabras: “La vida”. Demoledora la respuesta. 

Claro, ¿Qué es más importante, más interesante que un libro? Me destrozó. Me destrozó.

 Esas dos palabras, “la vida”, me cayeron encima como si fuera una bomba de napalm, arrasándolo todo. Todo, absolutamente todo. Destrozaron mi aula. Y me hicieron ver que, efectivamente, había convertido mi aula en una caverna y que en el fondo, durante meses, había convertido a mis alumnos en unos prisioneros obligados a contemplar un aula y a contemplar una pizarra con cosas que poco o nada tienen que ver con sus vidas. 

Yo creo que los profesores a veces corremos ese peligro de convertir nuestras aulas en cavernas desconectadas totalmente de los problemas y de las inquietudes de nuestros alumnos, quizás obsesionados por cumplir un programa oficial. 

Al día siguiente, cerramos los libros de texto, borramos la pizarra y salimos a la calle.