Considero especialmente peligroso cuando leo grandes elogios hacía personajes públicos de renombre. No podemos negar su éxito evidente. Un extraordinario deportista, un ilustre empresario o un sobresaliente personaje público son algunos ejemplos de desmesurados elogios. Apenas sabemos detalles de sus vidas y, sin embargo, aparecen como referencias vitales para las nuestras.

No quiero quitar el mérito a ninguno de las figuras anteriores. La sociedad necesita personalidades en dónde poder reflejarnos, apoyarnos o crecer… ¡Seguro que nosotros también tenemos muchos aspectos que algún famoso quisiera copiar! Lo único que aviso, es que la realidad para cada uno es muy diferente y que hay tres características que cualquiera de nosotros podemos disponer para alcanzar nuestras metas: Esfuerzo, decisión y persistencia.

 

 

ESFUERZO

Es la actitud que disponemos para emplearnos a fondo, bien física o mentalmente. El esfuerzo, simplemente es lo que sirve para alcanzar nuestros objetivos. ¿Cuántas cosas conseguimos sin esfuerzo? Vamos a poner un ejemplo muy tonto, si tengo ganas de comer un yogur, necesito ir a la nevera, así que voy a tener que levantarme del sofá para poder conseguir lo que quiero. Pues así el resto de las cosas que pasan en nuestra vida.

El esfuerzo no es diferente de unos a otros, todos disponemos de ello, es más, habrá deportistas que con más esfuerzo llegarían más lejos, así que no te minimices por un valor tan cercano como el esfuerzo. Empléalo y punto.

Educar el valor del esfuerzo es clave para un crecimiento sano, porque las cosas no se consiguen, no de forma fácil, ni a la primera. Siempre me ha impactado la fuerza de las flores para brotar, su esfuerzo por sobreponerse a fuertes temporales, renacer entre piedras es una buena metáfora para nuestra vida.

 

DECISIÓN

Es la firmeza, seguridad y determinación con la que se realiza una tarea. Hay muchos valores en esta acción. Por un lado, esta mantenerse estable. Difícilmente podemos conseguir algo si perdemos la cabeza. La confianza es otra señal inequívoca para alcanzar éxito. Desde muy pequeños fuimos conscientes que no podíamos perder la confianza si queríamos aprender a andar, ¿Por qué de adultos perdemos el ánimo más fácilmente? Y, por último, tenemos la toma de decisión. Posiblemente estar bien, con el ánimo adecuado es la mejor forma de ser fiel a lo que realmente quieres.

Salir de casa cada mañana con las ideas claras es igual a la sensación de caminar e ir abriendo el paso a la vez.

 

 

PERSISTENCIA

El valor calve para lo que nos ocupa. Fallar está al alcance de todos. La persistencia no permitirá jamás que un contratiempo u obstáculo nos aleje de nuestra meta y nos impulsa a seguir intentándolo sin pensar en las veces que hemos fracasado.

La persistencia es aquella cualidad de insistir para conseguir aquello que más deseamos. Por lo tanto, la motivación entra dentro de esta ecuación y la persistencia es el medio para obtener ese fin.

Lucha por lo que realmente te motiva, ya hemos visto que herramientas tenemos de sobra… Como lo hacen esos personajes que tanto admiramos y que no sabemos nada de cómo son de puertas para adentro…

 

 

 

EL TALLADOR DE LÁPIDAS

Del libro “Los diez secretos de la Abundante Felicidad”, Adam J. Jackson

Este cuento trata sobre un hombre que cortaba y tallaba rocas para hacer lápidas. Se sentía infeliz con su trabajo y pensaba que le gustaría ser otra persona y tener una posición social distinta.

Un día pasó por delante de la casa de un rico comerciante y vio las posesiones que éste tenía y lo respetado que era en la ciudad. El tallador de piedras sintió envidia del comerciante y pensó que le gustaría ser exactamente como él, en lugar de tener que estar todo el día trabajando la roca con el martillo y el cincel. Para gran sorpresa suya, el deseo le fue concedido y de este modo se halló de pronto convertido en un poderoso comerciante, disponiendo de más lujos y más poder de los que nunca había podido siquiera soñar. Al mismo tiempo era también envidiado y despreciado por los pobres y tenía igualmente más enemigos de los que nunca soñó.

Entonces vio a un importante funcionario del gobierno, transportado por sus siervos y rodeado de gran cantidad de soldados. Todos se inclinaban ante él. Sin duda era el personaje más poderoso y más respetado de todo el reino. El tallador de lápidas, que ahora era comerciante, deseó ser como aquel alto funcionario, tener abundantes siervos y soldados que lo protegieran y disponer de más poder que nadie.

De nuevo le fue concedido su deseo y de pronto se convirtió en el importante funcionario, el hombre más poderoso de todo el reino, ante quien todos se inclinaban. Pero el funcionario era también la persona más temida y más odiada de todo el reino y precisamente por ello necesitaba tal cantidad de soldados para que lo protegieran. Mientras tanto el calor del sol le hacía sentirse incómodo y pesado. Entonces miró hacia arriba, viendo al sol que brillaba en pleno cielo azul y dijo: “¡Qué poderoso es el sol! ¡Cómo me gustaría ser el sol!” Antes de haber terminado de pronunciar la frase se había convertido en el sol, iluminando toda la tierra. Pero pronto surgió una gran nube negra, que poco a poco fue tapando al sol e impidiendo el paso de sus rayos. “¡Qué poderosa es esa nube!” – pensó – “¡cómo me gustaría ser como ella!” Rápidamente se convirtió en la nube, anulando los rayos del sol y dejando caer su lluvia sobre los pueblos y los campos.

Pero luego vino un fuerte viento y comenzó a desplazar y a disipar la nube. “Me gustaría ser tan poderoso como el viento,” pensó, y automáticamente se convirtió en el viento.

Pero, aunque el viento podía arrancar árboles de raíz y destruir pueblos enteros, nada podía contra una gran roca que había allí cerca. La roca se levantaba imponente, resistiendo inmóvil y tranquila a la fuerza del viento. “¡Qué potente es esa roca!”, pensó, “¡cómo me gustaría ser tan poderoso como ella!”

Entonces se convirtió en la roca, que resistía inamovible al viento más huracanado. Finalmente era feliz, pues disponía de la fuerza más poderosa existente sobre la tierra.

Pero de pronto oyó un ruido. Clic, Clic, Clic. Un martillo golpeaba a un cincel; y éste arrancaba un trozo de roca tras otro. “¿Quién podría ser más poderoso que yo?”, pensó, y mirando hacia abajo la poderosa roca vio… al hombre que hacía lápidas.