Ser padre de dos niñas me ha supuesto tener un segundo equipo al que entrenar, o mejor dicho al que ayudar, pues no tengo mejor entrenador para mis hijas que mi mujer. Quizás es un poco de locos llevar al terreno de padre la figura de entrenador, pero es que cada día me doy más cuenta que entrenar es educar y que para educar hay que entrenar.    

Muchas veces una de mis hijas nos cuenta que le duele la tripa o la cabeza, hasta ahora puede parecer algo normal. Sin embargo, analizando la situación, nos hemos dado cuenta que la mayoría de las veces estas dolencias vienen acompañadas por momentos de estrés, como pueden ser un mal día en el colegio, alguna regañina de profesores o de nosotros mismos en casa.

Y si en el deporte llevamos a extremo entrenar a los jugadores para la excelencia, muy parecido nos pasa con la educación de nuestros hijos.

Leía recientemente que el grito tiene la finalidad de alertar de un peligro, y esto me hizo reflexionar sobre la de veces que estamos utilizando mal elevar el tono de voz.

Curiosamente en mi mundo laboral es habitual ver a entrenadores totalmente fuera de sí dando indicaciones desde la banda. Por un lado, hasta nos parece normal, sin embargo, pensándolo seriamente ¿Está bien hacer caso a una persona que te está dando órdenes a “grito pelado”?

Podemos decir que los entrenadores cuando estamos en ese estado estamos mandado señales continuadas al cerebro de los jugadores de activación de huida o pelea, acciones típicas que se originan tras detectar un peligro.

Esto supone en muchos casos una reacción más o menos positiva, aunque de sobra conocemos que el uso en exceso de abucheos pueda perder la efectividad en la respuesta, en este caso de los jugadores, tal y como nos puede pasar con nuestros hijos, hijas o colaboradores.

El uso incesante de chillidos va a ir acumulando en la persona receptora un nivel de estrés que en ocasiones será muy complicado de gestionar.

Un ejemplo son aquellos jugadores que en sus años de formación se les presuponía un futuro estelar, sin embargo, la presión y el estrés que supone hoy en día el entrenamiento de alto rendimiento no está hecho para ellos y su talento queda en el olvido.

En definitiva, si los gritos forman parte de nuestro protocolo como padres, entrenadores o líderes, estamos provocando una situación de alarma total que en muchas ocasiones le va a impedir pensar con claridad y tomar mejores decisiones, precisamente todo lo contrario de lo que queremos crear en ese momento.

A día de hoy, tenemos muy presente que hemos sido desarrollados como personas en una educación del grito, incluso hay individuos que parece sólo reaccionar cuando les chillas.

Todos y todas admitimos que en alguna ocasión hemos gritado para provocar el efecto deseado en la otra persona. También sabemos de lo perjudicial que supone para la estabilidad emocional abuchear para dar órdenes, y aquí meto en el saco a padres, a entrenadores y a todos esos cargos que deben liderar en diversas organizaciones.

El grito nos aleja de la otra persona, cuando gritamos estamos secuestrados por alteraciones emocionales que no nos dejan escucharnos a nosotros mismos y por eso elevamos la voz, sin darnos cuenta la gran distancia que estamos marcando con la otra persona, que posiblemente, este muy cerca de nosotros.

La solución es bien sencilla y a la vez muy complicada.

Consiste en cuestionar nuestros actos como líderes, es decir ¿Estamos enseñando bien cómo hacer las cosas a nuestros colaboradores? ¿Explicamos bien la estrategia a tratar a nuestros jugadores? ¿Estamos haciendo lo correcto en la educación de nuestros hijos e hijas?

¿Qué puedo cambiar yo para revertir la situación negativa que se ha creado?

CUENTO TIBETANO: MANTENER CERCA LOS CORAZONES

Fuente: www.encuentratuequilibrio.com

«Cuenta una historia tibetana, que un día un viejo sabio preguntó a sus seguidores lo siguiente:

– ¿Por qué la gente se grita cuando están enojados?

Los hombres pensaron unos momentos:

– Porque perdemos la calma –dijo uno– por eso gritamos.

– Pero, ¿Por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? –preguntó el sabio– ¿No es posible hablarle en voz baja? ¿Por qué gritas a una persona cuando estás enojado?

Los hombres dieron algunas otras respuestas, pero ninguna de ellas satisfacía al sabio.

Finalmente él explicó:

– Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.

Luego el sabio preguntó:

– ¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran?

Ellos no se gritan, sino que se hablan suavemente ¿Por qué? Sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña.

El sabio continuó:

– Cuando se enamoran más aún, ¿Qué sucede? No hablan, sólo susurran y se vuelven aún más cerca en su amor. Finalmente, no necesitan siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo. Así es cuan cerca están dos personas cuando se aman.

 Luego dijo:

– Cuando discutan no dejen que sus corazones se alejen, no digan palabras que los distancien más, de otro modo llegará un día en que la distancia sea tanta que no encontrarán más el camino de regreso.»