Después de tres años trabajando en producción en una empresa, de conocer lo que es trabajar a turnos, llega mi oportunidad en el deporte profesional. Convertir tu hobby en tu trabajo, no suena mal, y así es, no tengo aquella sensación de domingo que me entristecía al ver como iba a empezar otra nueva semana. Ahora, tras casi veinte años como entrenador ayudante de baloncesto, no dosifico mis esfuerzos y cualquier día o cualquier hora es buena para trabajar. No obstante, es trabajo y cuando amas tanto lo que haces es tan importante las horas de dedicación como las horas de descanso. Diría que es clave para mantener viva la llama del amor por tu profesión.

Cuando trabajaba en la empresa de operario, justo fue al terminar mis estudios de magisterio, cada día al entrar en la fábrica, siempre había comentarios aludiendo a los días que quedaban para terminar la semana o para las vacaciones… En definitiva, a (casi) nadie le gustaba lo que hacía y esperábamos ansiosos la hora de finalizar y así pasaban los días, las semanas, los meses…. Creo que así está mucha parte de la sociedad, nuestras ocupaciones nos absorben y esperamos con ansia el final de cada día.

En el deporte es muy habitual hablar de madurez en los jugadores. En los deportistas, vemos como hay profesionales que con el paso de los años se convierten en jugadores muy completos, mejorando cada temporada sus habilidades y añadiendo otras. Puede resultar evidente para el público en general que una persona que trabaja en lo que le gusta cada día sea un placer, sin embargo, esto no es así siempre.

 

Mientras que el corazón tiene deseo, la imaginación conserva ilusiones.

Francoise René Chateaubriand

 

La sensación que os argumentaba antes sobre la tristeza del domingo, la veo en algunos jugadores. Varios con un talento especial, pero el día a día les va minando fuertemente. La motivación, a veces, escasea en gran medida y no llega ese disfrute pleno por hacer lo que haces y que encima te gusta tanto. Es curioso, pero aunque hagas en tu vida lo que más te gusta, hay que aprender a madurar sin perder la ilusión.

Se me ocurren cuatro puntos para potenciar como entrenadores para que nuestros jugadores no pierdan ilusión, es más, para que cada día, cada entrenamiento sea una jornada de aprendizaje absoluto.

  1. Entrena con una sonrisa.
  2. Entrena con actividad, no escatimes esfuerzos.
  3. Entrena utilizando la mente, concéntrate y entiende lo que haces.
  4. Entrena comunicándote con los compañeros.

 

Vamos a trasferir estos puntos a la vida, a nuestra cotidianidad o la empresa, la tarea resulta más compleja, pues las funciones de cada persona no son, a veces, de su gusto o simplemente no son situaciones agraciadas hablando, generalmente del trabajo.

Qué te parece si a partir de hoy cuando vayas al trabajo te propones estos puntos, para que los potencies a ti mismo y hagas participe a tus colaboradores:

  1. Entra al trabajo con una sonrisa, saluda con una sonrisa. No borres tu sonrisa.
  2. Entrégate a lo que haces, no te limites a cumplir tareas.
  3. Pon atención en tu trabajo, no lo hagas sin más.
  4. En la medida de lo posible, comunícate con tus compañeros. Si no puedes en tus horas de trabajo, relaciónate cuando salgas.

 

Recuerda cuando eras niño, la ilusión que tenías por vivir intensamente cada momento era fascinante, ¿Verdad? Pues ese niño sigue estando dentro de ti y en la ilusión están nuestros deseos.

 

EL ÁRBOL DE LOS DESEOS

Una vez un hombre estaba viajando y entró al paraíso por error. En el concepto indio del paraíso, hay árboles que conceden los deseos.

Simplemente te sientas bajo uno de estos árboles, deseas cualquier cosa e inmediatamente se cumple no hay espacio alguno entre el deseo y su cumplimiento.

El hombre estaba cansado, así que se durmió bajo un árbol dador de deseos.

Cuando despertó, tenía hambre, entonces dijo:

“¡Tengo tanta hambre! Ojalá pudiera tener algo de comida”.

Inmediatamente apareció la comida de la nada simplemente flotando en el aire, una comida deliciosa. Tenía tanta hambre que no prestó atención de dónde había venido la comida. Cuando tienes hambre, no estás para filosofías. Inmediatamente empezó a comer y ¡La comida estaba tan deliciosa! Una vez que su hambre estuvo saciada, miró a su alrededor. Ahora se sentía satisfecho. Otro pensamiento surgió en él:

“Si tan sólo pudiera tomar algo!”

Y por ahora no hay ninguna prohibición en el paraíso, de modo que de inmediato apareció un vino estupendo. Mientras bebía este vino tranquilamente y soplaba una suave y fresca brisa bajo la sombra del árbol, comenzó a preguntarse:

“Qué está pasando?

¿Estoy soñando o hay fantasmas que están jugándome una broma?”

Y aparecieron fantasmas feroces, horribles, nauseabundos.

Comenzó a temblar y pensó:

“¡Seguro que me matan!” Y lo mataron.

OSHO