En la sociedad hay una cierta corriente que dice que puedes conseguir lo que te propongas. No voy a desmantelar tal idea, también soy de los que considero que somos seres tan poderosos que muchas veces consumimos nuestros días sin haber explotado todo nuestro potencial o sin esforzarnos lo suficiente para tener un resultado mucho más gratificante.

Sin embargo, hace unos días cuando terminé de trabajar y me monté en mi coche para ir a casa, en el trayecto iba escuchando un programa de radio en el que la gente llama de forma anónima para pedir consejo sobre ciertos aspectos que no le van bien en su vida. Me pareció muy curioso el consejo que una señora, por la voz pude pensar que, con mucha experiencia, verbalizó a una chica, que también, por la voz, identifiqué como mucho más joven.

La señora mayor compartió con la chica joven que en la vida hay que saber renunciar para vivir cómodamente.

Seguro que alguno de vosotros estaréis pensando que habría que saber el problema para determinar mejor si el consejo es válido o no… No obstante, y lo que me hizo reflexionar, fue el concepto de renunciar en un mundo de sueños y de infinitas posibilidades. Lo que sí debemos entender es que las posibilidades de unos y de otros son distintas, las podemos relacionar con no perder oportunidades sea cual sea tu estatus en la sociedad, familia, ciudad, pueblo, formación, etnia… Es decir, estés donde estés, algo podrás hacer para estar mejor…

Para esta señora el bien común se anteponía a la felicidad individual, tal vez, con este pensamiento, habría menos problemas en el mundo, ¿Verdad? Para esta señora la coherencia se distingue ante el egoísmo, ¿Cuántas cosas cambiarían en el mundo simplemente con sentido común?

Hasta ese día pensaba que renunciar podría ser una mala decisión, sin embargo, me he dado cuenta que yo también renuncio en muchas ocasiones. La clave está en la profesionalidad. No es lo mismo trabajar que ser profesional. Aunque en el diccionario puede entenderse de igual manera, ser profesional abarca mucho más a nivel personal.

Yo creo que somos muchos los que aspiramos a una carrera profesional llena de éxitos. Por lo tanto, aquí empieza una de las primeras renuncias, parte de nuestro tiempo de ocia pasa a convertirse en tiempo de formación y de hacer. Ahora entiendo lo que esa señora mayor quería transmitir: tu felicidad real va a ir en función a tu esfuerzo y coherencia en las cosas que hagas. En este sentido, renunciar es esforzarse para estar feliz.

Se me ocurren más tipos de renuncias. Por ejemplo, tú puedes hacer un trabajo de muchas formas, pero si sabes renunciar bien en el proceso, la calidad de ese cometido va a ser muy superior y tu satisfacción será plena.

¿Hacemos siempre las tareas con nuestra máxima exigencia? O, ¿Dejamos de ser estrictos con nuestras obligaciones y nos dejamos llevar cumpliendo en el trabajo?

En definitiva, veo una sociedad que premia más su tiempo de ocio menospreciando ciertos aspectos vitales para una mayor satisfacción, preferimos ser cortoplacistas y conformarnos con poco. Ha llegado el momento de valorar mucho más lo que es tener un trabajo.

Trabajo va ligado a responsabilidad y en esa responsabilidad están tus renuncias y, en función de éstas, podremos decir qué tipo de profesional eres.

 

LA LLAVE DE LA FELICIDAD (Jorge Bucay)

«Cuenta la leyenda que antes de que la humanidad existiera, se reunieron varios duendes para hacer una travesura.

Uno de ellos dijo:

– Pronto serán creados los humanos. No es justo que tengan tantas virtudes y tantas posibilidades. Deberíamos hacer algo para que les sea más difícil seguir adelante. Llenémoslos de vicios y de defectos; eso los destruirá.

El más anciano de los duendes dijo:

-Está previsto que tengan defectos y dobleces, pero eso sólo servirá para hacerlos más completos. Creo que debemos privarlos de algo que, aunque sea, les haga vivir cada día un desafío.

-¡¡¡Qué divertido!!! – Dijeron todos.

Pero un joven y astuto duende, desde un rincón, comentó:

-Deberíamos quitarles algo que sea importante… ¿Pero el qué?

Después de mucho pensar, el viejo duende exclamó:

– ¡Ya sé! Vamos a quitarles la llave de la felicidad.

– ¡Maravilloso… Fantástico… Excelente idea! – Gritaron los duendes mientras bailaban alrededor de un caldero.

El viejo duende siguió:

– El problema va a ser donde esconderla para que no puedan encontrarla.

El primero de ellos volvió a tomar la palabra:

– Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo.

A lo que otro miembro repuso:

– No, recuerda que tienen fuerza y son tenaces, escalarían el monte y el desafío terminará.

El tercer duende dijo:

– Escondámosla en el fondo del mar. -No dijo otro, recuerda que tienen curiosidad, alguien inventará una máquina para bajar y la encontrará.

El tercero dijo:

– Elijamos algún planeta. A lo cual los otros dijeron: no, recuerda su inteligencia, algún día inventarán una nave que pueda viajar a otros planetas y la descubrirán.
Un duende viejo, que había estado escuchando en silencio se puso de pie y dijo:

– Creo saber dónde ponerla, debemos esconderla donde nunca la buscarían

Todos voltearon asombrados y preguntaron.

– ¿Dónde?

-El duende respondió:

– La esconderemos dentro de ellos mismos… Muy cerca de su corazón.

La risa y los aplausos se multiplicaron. Todos los duendes reían:

– ¡Ja…Ja… Ja…! Estarán tan ocupados buscándola fuera, desesperados, sin saber que la traen consigo todo el tiempo.

El joven escéptico acotó:

– Los hombres tienen el deseo de ser felices, tarde o temprano alguien será suficientemente sabio para descubrirla y se lo dirá a todos.

– Quizás suceda así – dijo el más anciano de los duendes-, pero los hombres también poseen una innata desconfianza de las cosas simples. Si ese hombre llegara a existir y revelara que el secreto está escondido en el interior de cada uno…. Nadie le creerá.

Encontrar el sentido de tu vida es descubrir la llave de la felicidad.