Enfadarse es una actitud bastante común entre la humanidad. En principio, como emoción, es necesaria en nuestro repertorio… La parte negativa es que, a menudo, lo hacemos mal y, no sólo por fala de empatía, sino porque lo hacemos de forma violenta.

Podemos recordar el enfado de Will Smith en una gala de los OSCAR. Se mostró muy impulsivo y agresivo con el presentador. Sin juzgar si era con razón o no, sirva sólo esta anécdota como ejemplo, para recordarnos a cada uno de nosotros esas veces que nos hemos enfadado originando un espectáculo poco adecuado.

En el deporte tenemos muchos ejemplos de enfados. Nos vamos a centrar en el enfado de los entrenadores, los grandes líderes del equipo. Socialmente está bien considerado aquellos entrenadores que en ocasiones se convierten en seres vehementes… Desencajados como personas. Os diría que no podemos olvidar que el deporte profesional es otra historia, es una función de teatro en la cual hay que cumplir un papel muy concreto y en donde se buscan unos objetivos muy exigentes. Por lo tanto, “copiar” de según que contextos las conductas no es beneficioso.

Enfadarse es bueno, sí. Para reaccionar y despertar nuestras habilidades que por pereza no usamos y nos hacen fallar. La equivocación es como un secuestro de nuestra mejor versión haciendo que salga una actitud desagradable que, muchas veces, nos forma parte de lo que realmente somos como personas, nos convierte en personas irreconocibles.

Las mañanas con otro claro ejemplo. Somos unos improvisados atletas compitiendo por un pasar un semáforo en verde, por encontrar un sitio de parking sin temor a provocar un accidente, odiamos las filas y no queremos esperar, aún sabiendo que con una simple pausa todo puede ir más fluido. Hasta tal punto, que dejamos de lado nuestro lado más humano para ser unos robots con dificultad de saludar.

Este tipo de rutinas que tomamos, nos rompen un equilibrio básico. Vivimos con una falta de armonía entre los valores y las normas que cuesta mucho encontrar el respeto mínimo de unos a otros… Y así mejorar, o lo que es lo mismo, vivir mejor cada día, no es fácil.

Estaría genial poder entrenarnos en este aspecto. Adiestrar nuestras emociones resulta clave para desarrollarnos mucho mejor como personas. Necesitamos controlar el enfado. Tomamos infinitas decisiones al día y no siempre estamos en el perfecto estado para determinar qué hacer. Tenemos muchas maneras de trabajar para solucionar nuestra ira, la más clara es ponerse en manos de un profesional y entrenar a nuestra mente para estar la mayor parte del tiempo serenos, entender cada momento, empatizar y que el enfado no nos provoque un impacto fuerte en nuestras costumbres.

Otras formas de poder vigilar nuestros cabreos son estos tres simples ejemplos que explico a continuación:

 

  1. RELATIVIZAR

 

No te olvides del problema, simplemente dale la importancia que se merece. Un proverbio chino que dice: Si tienes un problema que no tiene solución, ¿Para qué te preocupas? Y, si tiene solución, ¿Para qué te preocupas?

 

  1. COMUNICACIÓN ASERTIVA

 

Exprésate con calma y respeto, di lo que quieras decir sin herir los sentimientos de las otras personas. Dicen que utilizar este tipo de comunicación, aparte de controlar el mal genio, reduce el estrés.

 

  1. NO REPRIMAS EL ENFADO

 

Cuando guardamos nuestro enfado solo conseguimos disimularlo ante los demás. Camuflar el enfado es altamente peligroso, pues nos acabará explotando en una situación altamente negativa para nuestra salud y bienestar mental.

 

“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.” (Aristóteles)

 

 

 

LOS DOS LOBOS QUE LUCHAN

Cuenta una antigua leyenda india, concretamente de los Cherokees, que un sabio anciano hablaba durante una noche de luna llena con sus nietos. Alrededor de una hoguera, al anciano le gustaba hablar de sus emociones con los niños, y contarles bellas historias que les ayudara a entender nuestros actos.

Esa noche, sus nietos le miraban con mucha atención. El anciano se movía nervioso, aturdido. Y los niños le preguntaron:

– Abuelo, ¿Qué te pasa?

Y él contestó:

– Siento como si dos lobos estuvieran peleando dentro de mí, en mi corazón. Uno de ellos es un lobo violento, lleno de rabia, vengativo y envidioso… El otro lobo sin embargo es bueno, compasivo, generoso… está lleno de amor.

Los niños se quedaron atónitos. Y después de un largo silencio, preguntaron:

– Abuelo, ¿Y quién ganará la pelea?

Y el abuelo contestó:

– Aquel a quien yo alimente.

Moraleja: ‘Puedes ser un lobo lleno de ira y rencor o un lobo repleto de generosidad y amor. Todo depende del lobo al que alimentes’.