Un alto cargo está expuesto a desgastes especiales. De alguna u otra forma muchos “envidiamos” a nuestros mandos superiores, sin embargo, somos muy pocos los que nos damos cuenta de la exigencia que ello supone con cientos de tareas adicionales a la jornada laboral.

El verdadero líder vive en un estado permanente de preocupación por sus trabajadores. Tiene una responsabilidad que le exige tener miles de dificultades para conciliar su vida profesional y la personal y familiar.

A lo largo de mi trayectoria como entrenador ayudante observo con detalle como los entrenadores, ejemplo ideal de cargo estratégico, acumulan a lo largo de la temporada deportiva obligaciones y compromisos que van más allá de entrenar a un equipo.

Hoy en día el deporte se ha convertido en una mera herramienta para satisfacer al espectador o al aficionado… Y esto se ha traducido con miles de partidos semanales, con sus respectivos entrenamientos y viajes continuos.

Por otro lado, veo a los entrenadores como súper-hombres, pues ante tal barbaridad de partidos con su detallada y elaborada preparación de entrenamientos, mantienen la concentración empujando al equipo en cada momento para seguir luchando por las metas marcadas día tras día, sin bajar en ningún momento la guardia.

 

¡Cuidado! Me preocupa enormemente esta forma de vida. Sí, el deporte para los profesionales es una forma de vida y formar parte del grupo de personas adictas al trabajo está muy cerca.

Resulta que el psicólogo alemán Herbert Freudenberger definió a esta situación que acabamos de explicar como el síndrome de burnout. Esto es agotamiento mental, cansancio físico y estrés, acompañado de irritación ante cualquier situación complicada… ¡Ahora podemos entender a tantos entrenadores gritando, con las órbitas de sus ojos salidas, dando órdenes para solucionar problemas tácticos!

Y claro, cuanto más grande es el equipo, más expectativas hay. Por lo tanto, estar al tanto de cada jugador y seguir al frente del resto de tareas se convierte en un ejercicio difícil.

 

 

 

 

PRIMERA PÍLDORA PARA NO DECAER EN FALTA DE MOTIVACIÓN.

Tener un hobbie. Un buen líder debe conformar un buen equipo de trabajo. Dar responsabilidades y delegar en todo lo que sea posible. Esto servirá para poder administrar mejor su tiempo y poder dedicar parte del día a algo que le guste, con el fin de desconectar y poder tener siempre energía positiva para desarrollar su día. Por muy poco que sea el tiempo para uno mismo, será muy enriquecedor para nuestro alimento de energía.

SEGUNDA PÍLDORA PARA TENER UN CORRECTO EQUILIBRIO EMOCIONAL.

Poder socializarse. He compartido temporadas con entrenadores que apenas sacaban tiempo para ir a comer. Horas y horas de trabajo sin relacionarse con nadie, las dos horas de entrenamiento son su momento de socialización. Esto no puede ser. Hay que tener gente con la que poder hablar de las cosas que pasan en el mundo. Estamos viviendo en una sociedad atractiva en noticias y descubrimientos ¿Por qué no aprender de lo que pasa en el mundo?

 

 

TERCERA PÍLDORA PARA NO FALTAR AL COMPROMISO DE LAS TAREAS.

Descansar. Dormir bien es perfecto para reforzar nuestro estado de ánimo. Trabajos de dirección, donde las horas no están marcadas, supone que a veces, entremos en un caos de horarios. Trabajar a deshoras y por la noche son soluciones que tienen ciertos líderes para poder llegar a todo lo que se proponen. Sin embargo, voy descubriendo que el descanso en el entrenamiento más eficaz.

 

 

LOS CAMINANTES

Hassan y Saúl eran dos amigos que un buen día decidieron ir hasta una ciudad algo distante a fin de realizar algunos negocios que prometían ser ventajosos. Ambos eran mercaderes y tenían fama de ser honrados y cumplidores con los compromisos que contraían.

El inconveniente del viaje era que para llegar hasta aquella ciudad no había medio de transporte alguno.

Hassan y Saul tenían que pasar por un camino áspero, mal trazado, pedregoso y el cual estaba por muchas partes cubierto de fango; lo cual dificultaba enormemente la marcha.

Al amanecer salieron los dos amigos. Tenían un buen día de marcha y debían hacer varios altos para descansar y tomar algún alimento que reparase sus fuerzas. En una pequeña bolsa llevaba cada uno la comida, que consistía en pan y frutas, y algunas cosas indispensables para el viaje.

Hassan y Saúl iban muy contentos, cuando de repente Saúl exclama lo siguiente: ¡Hay pobre de mí, ya no puedo más! Siento una gran fatiga. No puedo más. ¿Cómo?, repuso Hassan. ¡Si apenas llevamos tres horas de marcha! amigo, no creía que el cansancio te vencería tan fácilmente.

Saúl se sentó al borde del camino y siguió con sus lamentaciones. ¡Ay de mí! ¡Qué dolor siento en las piernas! A mí también me duelen las piernas expresó Hassan, pero si me dejo vencer por este natural cansancio al final no llegaré a la ciudad.

¡Vamos! continuó. ¡Animo! Sobreponte a tu fatiga, que aún nos falta mucho camino por recorrer. Saúl se logró ponerse de pie y echó a andar, pero al poco tiempo volvió a sentarse, aclamando: ¡Por favor, detén la marcha, Hassan! ¡No puedo seguirte! ¡Ay del pobre Saúl! ¡A qué estado miserable me veo reducido! ¡Ay, ay! ¡Infeliz caminante!

Sin embargo, Hassan nunca se detuvo a escucharle. Él sabía muy bien que su compañero Saúl exageraba su cansancio y sus dolores, pues este era fuerte, robusto, y podía caminar perfectamente. Le faltaba voluntad para dominar aquellas molestias inevitables en viajes de tal clase.

Hassan continuó caminando, hasta que al final llegó a la ciudad y realizó un excelente negocio. A los dos días vio llegar a Saúl. ¿Cómo te has arreglado? pregunto asombrado Saúl al enterarse de que su amigo había hecho ya un buen negocio. Muy sencillamente repuso Hassan. Empleé en hacerlo todo el tiempo que tú perdiste en lamentarte.

 

(Fuente: www.materiasescolares.com)