Trabajo en equipo, compromiso, liderazgo, valores, motivación… Estamos un poco saturados de escuchar y leer estas palabras. Parecen la panacea, el bálsamo perfecto para salvar el caos en el que vivimos.

Por otro lado, están las responsabilidades. A menudo soltamos opiniones llenas de perfección eludiendo cargas. Y esto en deporte pasa mucho. En momentos hay entrenadores por todos los lados, pero tomando responsabilidades unos pocos. Por lo que he podido investigar, el mundo de la empresa tampoco evita debates entre sus trabajadores con propuestas de mejora que se quedan conversaciones privadas.

Veo que todos somo únicos y sin darnos cuenta marcamos en el otro mucho más de lo que creemos. La influencia en la actual sociedad es máxima. Nuestros actos sirven de ejemplo, por lo tanto, el éxito de ciertas acciones, van a depender de los detalles de nuestra intervención.

¡Casi nada!

Si a un niño de dos o tres años continuamente le decimos qué vergonzoso es, estamos activando algo dentro de él que lo va a convertir en una persona introvertida, suponiendo un desgaste en su confianza para poder desarrollar adecuadamente el potencial que realmente tiene dentro.

El ejemplo marca más que la presencia, con esto quiero decir que la asistencia de las personas es momentánea y el ejemplo es duradero. Muchos de los trabajadores de empresas no ven a su jefe con demasiada frecuencia, sin embargo, la diferencia está en el poder que ese directivo tenga de su influencia. En este caso, sería el control sobre sus trabajadores y el trabajo que desarrollan.

Pedir puede ser hasta fácil. Lo realmente difícil es ser partícipe de esa exigencia, cualquier detalle, por ejemplo: tema de horarios, uso del teléfono móvil, hábitos alimenticios… van a marcar nuestra potestad hacía quiénes queramos despertar.

Muy importante para gestar un liderazgo eficaz, que es lo que buscamos de una u otra forma en nuestra vida, es el conocimiento que tengamos de los unos a los otros. Liderarse a uno mismo es el primer paso para inspirar en los demás. Una familia fuerte y unida será aquella que mejor se conoce, que es capaz de apoyarse en las debilidades de uno de sus componentes. Esto es lo que ansiamos en la dirección de equipos, conocer y que nos conozcan…

Criticamos en seguida y vivimos muy deprisa sin saborear el proceso olvidándonos que nuestra forma de ser es tan única que influye muchísimo en las otras personas. Si realmente hacemos bien nuestro trabajo, si somos coherentes con lo que decimos y hacemos ¿Por qué enjuiciar a primeras de cambio?

Al hilo de todo esto, acompaño un cuento corto de Osho, con el que quiero transmitir que la paciencia, que un momento de pausa es tan necesario como útil para detectar el poder de nuestra influencia.

 

Me contaron una historia que tiene que ver con la Primera Guerra Mundial.

Un comandante dijo a sus soldados: “Necesitamos cinco voluntarios para una misión muy peligrosa, de modo que los que estén dispuestos a asumir el riesgo que den un paso adelante”.

Estaba terminando de hablar cuando se acercó alguien montado a caballo y le distrajo. Le traía un mensaje muy importante al comandante. Después de leerlo, alzó los ojos y miró a los soldados de su unidad. Al ver que las filas seguían intactas, se enfureció. Sus ojos echaban chispas y gritó: “¡Cobardes, debiluchos! ¿Entre todos vosotros no hay ni un solo hombre?  Les lanzó muchos más insultos y amenazó con castigarlos.

¡Entonces se dio cuenta de que todos los soldados, no solo uno, habían dado dos pasos al frente!