El deporte es emoción pura. Durante un partido, una competición o incluso en un entrenamiento, las emociones están a flor de piel. Alegría, frustración, rabia, motivación, miedo, euforia… todas pueden aparecer en cuestión de segundos. Sin embargo, hay una línea muy fina entre la intensidad emocional que potencia el rendimiento y la pérdida de control que puede sabotearlo.
Un deportista que sabe gestionar bien sus emociones obtiene una ventaja importante: mantiene la atención, toma decisiones más adecuadas y, por consecuencia, rinde más. En cambio, el deportista que se deja llevar por la emoción sin control podrá ser el autor de errores, e incluso de agotamiento mental o conflictos con el equipo.
La adrenalina, la testosterona o la motivación son aliados naturales del rendimiento, pero el manejo de estas emociones es clave. En este artículo, vamos a ver cómo inciden en el rendimiento, y cómo aprender a utilizarlas en pro del rendimiento, y no al revés.
Cuando las emociones van a favor
Las emociones pueden convertirse, si se gestionan bien, en una gran herramienta dentro del deporte. La adrenalina, por ejemplo, es una reacción emocional natural que nos permite reaccionar más rápido, estar más alerta y rendir más. En situaciones difíciles, puede marcar la diferencia entre paralizarse o darlo todo.
La motivación, la pasión y el entusiasmo son la clave de la constancia y la perseverancia. Un deportista que siente pasión por lo que hace entrena más y mejor. Esta emoción se convierte en el motor que lo empuja a seguir mejorando, incluso en los días difíciles.
Existen también emociones que, siempre y cuando se gestionen correctamente, son capaces de reconducirse hacia una vertiente positiva. La ira, por ejemplo, puede convertirse en determinación siempre y cuando se gestione de una manera adecuada. U otro ejemplo: un deportista que transforma la frustración en concentración tiene más probabilidades de ver mejorado su rendimiento que si se deja llevar por la desesperación.
Dicho esto, es fundamental el equilibrio: es imposible no sentir emociones, somos humanos. La clave está en saber cómo dominarlas. Esto es de hecho lo que distingue a los deportistas que logran un alto nivel de rendimiento de aquellos que tienden a dejarse llevar por la impulsividad.
Todo esto nos lleva a un punto crítico dentro del proceso: el peligro de perder el control emocional.
Y es que, ¿qué ocurre si nos dejamos ganar por nuestras emociones? Con la frustración, por ejemplo, podemos toparnos con un arma de doble filo, llevando a un deportista a decidir erróneamente o perder la concentración en un momento crítico. La ira descontrolada puede llevar a perder balones por falta de concentración, cometer faltas imprudentes, tener discusiones con árbitros o compañeros y un desgaste de energía inútil; la ansiedad puede paralizar a un deportista ante la presión llevándolo a un ralentizamiento, mermando su confianza, e incluso la euforia… En definitiva, a tomar riesgos innecesarios en ciertos momentos realmente vitales.
Ya sabemos, por tanto, que en el deporte la mentalidad es tan importante como la habilidad física. De ahí que la autorregulación sea clave para asegurarnos de que las emociones favorecen el rendimiento y no lo sabotean.
Lo que pasa es que aprender a llevar las emociones no necesariamente implica no expresarlas, sino entenderlas, canalizarlas y utilizarlas de forma estratégica y eficaz. Un deportista emocionalmente inteligente es aquel que hace que la intensidad se manifieste en determinadas ocasiones y en otras logra que la calma predomine.
El control de las emociones en la práctica deportiva no es una tarea sencilla, aunque sí que es una destreza que puede ser entrenada de igual forma que todas las demás habilidades ya analizadas. Para ello, podemos tener en cuenta los siguientes puntos:
Identificar la emoción: el primer paso es saber qué es lo que estoy sintiendo.
¿Rabia? ¿Ansiedad? ¿Euforia? Saber qué emoción prevalece en un momento determinado te ayuda a poder controlarla antes que sea ella quien lo haga contigo.
Respirar y esperar
Cuando la emoción amenaza con ganar el control, una larga pausa y respirar profundamente puede ayudar a recuperar la capacidad de mando. Esto resulta muy útil en situaciones de mucha presión y escaso tiempo, como tirar un tiro libre o una última jugada decisiva.
Canalizar la energía
En ningún caso se trata de eliminar las emociones, sino de utilizarlas en favor propio. La rabia puede transformarse en intensidad, la ansiedad en concentración, o la adrenalina en explosividad. Transformar la emoción en algo funcional es una de las claves del rendimiento deportivo.
Tener rutinas de preparación mental
Muchos deportistas utilizan la visualización y auto-afirmaciones (dentro-dentro…) para entrar en un estado mental óptimo de competición. Esto ayuda a disminuir la tensión y mantener el objetivo en las competiciones. Volvemos a poner de ejemplo los tiros libres…
Aprender de los fracasos sin rendirse
El error existe en el deporte. Realmente lo más probable es fallar. Pero es importante entender que en ningún caso debe ser un lastre emocional en el resto del partido o de la temporada. Sé inteligente, aprende, toma las medidas necesarias y continúa.
A pesar de lo que muchos pueden pensar, el control de las emociones no es ser frío o insensible, sino aprender a dirigir la emoción para convertirla en algo que ayude y no que limite el rendimiento.
El deporte es emoción. No se puede jugar sin sentir, pero la diferencia entre un buen deportista y un gran deportista está en cómo maneja esas emociones. Las emociones pueden impulsarte o pueden jugar en tu contra, la clave está en la manera en que las controlas.
La adrenalina, la motivación y la intensidad son motores poderosos cuando se canalizan correctamente. Pero cuando la ira, la ansiedad o el descontrol toman el mando, pueden ser el peor enemigo. La capacidad de un atleta para mantener el enfoque, transformar la frustración en concentración y mantener la calma bajo presión es lo que define su éxito a largo plazo.
El manejo de las emociones se entrena tanto como cualquier otra habilidad deportiva. No se trata de reprimir lo que sientes, sino de aprender a utilizarlo a tu favor. Te dejo reflexionando: ¿estás gestionando tus emociones o dejando que ellas te controlen?
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