Hace unos cuantos años hablaba con una amiga sobre la soledad. No recuerdo muy bien el por qué, lo que no se me olvida es que le dije una frase que me gustó y se quedó en mi retina: “La soledad es un don que hay que saber alimentar”.
Y es que como casi todas las cosas que nos apetecen en la vida hay que consumirlas con prudencia, empacharse nos deja una sensación final de malestar.
“La soledad no me debilita, me fortalece, me nutre, me habla de noche, me cuenta cuentos, historias que son verdad”
Chavela Vargas
Para adentrarme en el artículo de hoy, voy a recordar una noticia que escuchaba el otro día: la enfermedad de moda del futuro será la depresión. No quiero profundizar más en esa afirmación, no soy ningún experto, lo único que quiero es enlazar tal noticia con el tema principal del artículo y lo relacionado que puede estar una buena salud mental en plena madurez del siglo XXI.
Pienso que vienen momentos de reinventarse de nuevo. Considero que estamos inmersos en el gran cambio, que ya debía tocar. Nadie puede obviar la de cosas que hemos vivido recientemente que jamás pensábamos experimentarlas. Para mí, es la gran llamada de la competencia… Entre unos y otros.
Además, los “grandes” cambios no se producen de un día para otro, se van realizando lentamente y van dejando en la “cuneta” víctimas incapaces de adaptarse a las nuevas situaciones. Por ejemplo, El mundo tardó dos millones de años en recuperarse del impacto que acabó con los dinosaurios.
Todos estamos muy preparados, en las familias actuales todos aspiran a cursar una carrera universitaria, sin embargo, no será suficiente. La creatividad es muy exigente y quiere ver la verdadera capacidad del ser humano.
Recuerdo como mis padres, autónomos toda su vida, tenían algunos días de preocupación porque las ventas no fueron las deseadas, otros días, sin embargo, se les notaba felices, el éxito de esa jornada era palpable en la caja… Y lo que nunca se les podía achacar eran las horas de trabajo: desde el tremendo madrugón hasta el cierre de la persiana que se aproximaba a las diez de la noche.
Ahora con el paso de los años y sabiendo lo que sé, ellos representaban a esos líderes que tiene que dirigir día tras día, con mucho trabajo y sin un apoyo real, su mediana o pequeña empresa o negocio.
Representaban a esos padres y madres que tienen que poner buena cara a sus hijos e hijas, familiares o amigos para no preocuparles.
Representaban a esos jefes de grandes empresas que tienen que tomar decisiones no agradables para su entorno y dar la cara ante adversidades.
Representaban a esos atrevidos que tienen puesta tanta ilusión en su proyecto y que en su silencio temen venirse abajo.
Estamos ante la era del emprendimiento, es posible que estemos viviendo un período de transición en el mundo laboral. Lo de siempre ya no va a valer tan seguro a partir de ahora. El mundo digital está llamando a la puerta, lo mismo que hace ya muchas décadas llamó a las puertas el mundo de la empresa a miles de campesinos para abandonar el pueblo y trasladarse a la ciudad.
Por lo tanto, liderarse será una de las metas de la nueva normalidad y posiblemente habrá muchos momentos de sentirse sólo y esto no nos puede debilitar y caer en un estado depresivo que nos limite enormemente trabajar.
¡Prestad mucha atención! La soledad es una destreza. Etimológicamente significa habilidad a estar sin nadie. Así que nada de pensar que estar en soledad es negativo, es más, si alguien va a estar con nosotros de por vida somos nosotros mismos… Tal y como lo describía en otro artículo hace unos meses, Mi soledad y yo.
En el fondo este postpartido de hoy es un reconocimiento a los trabajadores autónomos, que no sólo tienen que liderar su negocio, sino también liderarse a uno mismo para que en la fría clausura de cada día su tristeza no le impida ver sus infinitas fortalezas.
A continuación, trascribo un cuento de autor desconocido que me ha parecido maravilloso para cerrar el artículo de hoy:
Un día una persona subió a la montaña donde se refugiaba una mujer ermitaña que meditaba, y le preguntó:
– ¿Qué haces en tanta soledad?, a lo que ella le respondió:
– Tengo mucho trabajo.
– Y, ¿Cómo puedes tener tanto trabajo?, no veo nada por aquí…
– Tengo que entrenar a dos halcones y a dos águilas, tranquilizar a dos conejos, disciplinar a una serpiente, motivar a un burro y domar a un león.
– y, ¿Por dónde andan que no los veo?
– Los tengo dentro.
Los halcones se lanzan sobre todo lo que se me presenta, bueno o malo, tengo que entrenarlos a que se lancen sobre cosas buenas. Son mis ojos.
Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan, tengo que enseñarles a que no hagan daño. Son mis manos.
Los conejos quieren ir donde ellos quieren, no enfrentar situaciones difíciles, tengo que enseñarles a estar tranquilos, aunque haya sufrimiento, o tropiezo. Son mis pies.
El burro siempre está cansado, es obstinado, no quiere llevar su carga muchas veces. Es mi cuerpo.
La más difícil de domar es la serpiente. Aunque está encerrada en una fuerte jaula, ella siempre está lista para morder y envenenar a cualquiera que esté cerca. Tengo que disciplinarla. Es mi lengua.
También tengo un león. Ay… ¡Qué orgulloso, vanidoso, se cree ser el rey! Tengo que domarlo. Es mi ego.
– Tengo mucho trabajo.
Y tú, ¿En qué trabajas?
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